Leopoldo, Joaquín y Amador forman un trío muy especial. Les veréis casi
siempre juntos, hermanados por un lazo especial de amistad. En sus salidas por
Villarrín, recorriendo el itinerario consolidado desde la residencia al bar más
cercano de la carretera y a la plaza. Su universo fuera del regazo de su hogar finaliza aquí.
He charlado con ellos, he conocido no muy profundamente su especial personalidad, me han abierto las
puertas de su intimidad para que
pueda observar algunos aspectos importantes del acontecer de sus vidas, de sus
ilusiones. Algo de todo eso se refleja
en esta entrevista.
Leopoldo Pérez (1935, Villalba
de la Lampreana)
Se incorpora como residente el 16
de marzo de 2006. De forma un tanto triste y resignada me cuenta que él acudió
a la residencia porque se encontraba casi inválido a casusa de una trombosis
que le afectó la parte izquierda de su cuerpo, especialmente en el brazo y la pierna.
Pero retrocedamos en el tiempo, recorramos su vida.
En los primeros años trabajó en
el campo, labrador, pastor, ejerció esos oficios básicos, para subsistir en el
medio rural.
Se independiza y adquiere un
rebaño. La suerte no le acompaña, sus ovejas enferman de un mal que él me dice
que se llama “galaxia”. Al parecer las ovejas no producen leche.
Esta circunstancia le hace
abandonar su hogar y se traslada a Zamora donde ejerce de taxista durante cinco
años. Pero aquí no se consolida su futuro profesional. En 1960 en Oviedo saca
el carnet de conducir de todas categorías, esta decisión marcará en adelante su
futuro.
Se va a Madrid en busca de
trabajo. Lo encuentra muy pronto en la empresa Esteban Rivas que forma
consorcio con Auto Res dedicada al transporte de viajeros. Me dice “que esta
empresa era la más importante de España”, con 112 autobuses funcionando y 52 de
reserva”.
Aquí estuvo muy poco tiempo, unos
meses. No habla del trabajo. Su hermana que vivía en Vitoria le reclama para
que vaya a esa ciudad. Aquí no estará solo, siempre tendrá alguien que le
cuide, que esté cerca de él en caso de enfermedad.
Accede a la petición de su
hermana. Se despide de la empresa, pero a ellos les sienta muy mal que se vaya.
“Me querían mucho, estaban muy contentos
con mi trabajo”. “No se despidieron cuando me fui, ni me dieron la cuenta”,
comenta con nostalgia. “Pero fueron honrados-añade- “cuando me jubilé figuraban los servicios y una gratificación”.
En Vitoria fue a solicitar
trabajo a la empresa de transportes La Guipuzcoana. Precisamente habían
adquirido un camión de gran tonelaje y no tenían chófer con el permiso
requerido. Leopoldo es admitido y al día siguiente estrenó el camión. Hizo
varias rutas por toda España, pero al cabo de unos meses se cuestiona su trabajo,
y piensa “que este trabajo no es el mío, quiero algo personal”. Me explica que él
quería una profesión, más cercana a las personas y no estar viajando
constantemente.
De nuevo abandona este trabajo y
se dirige a buscar nuevo empleo en la empresa de autobuses urbanos de Vitoria TUVISA. Tiene suerte y al día
siguiente empieza a trabajar. Parece ser que este nuevo destino es el
definitivo, ha encontrado su lugar, la estabilidad que tanto deseaba. Permanece treinta años transportando viajeros
por todo el municipio de la capital, Errekaleor, Armentia, Plaza de San Bárbara, Txagorritxu, etc.
- “Nunca pedí durante este tiempo
baja por enfermedad”, afirma muy orgulloso.
Es feliz en Vitoria consolida sus
amistades. Vive en una calle próxima al antiguo matadero en el barrio de
Zaramaga. Presencia los luctuosos sucesos del tres de marzo de
1976. Una carga de la policía a la salida de una asamblea de trabajadores en
huelga de la iglesia de San Francisco,
próxima al lugar donde vivía Leopoldo, se saldó con 5 víctimas mortales y 150
personas heridas.
Se jubila en el año de 1995 y fija su residencia en su
pueblo, Villalba de la Lampreana. Construye
una vivienda, a los cuatro meses de estrenarla sufre un ictus
que le deja inválido de una pierna y de un brazo, afectando ligeramente a la
vista. Le diagnostican que acabará en silla de ruedas. Esta situación le obliga
a solicitar plaza en la residencia y es admitido.
Piensa hacer algo, recuperarse
del quebranto de su salud. Pide permiso
a la dirección para labrar un trozo de terreno. Le ayuda Amador, que había
ingresado en la Residencia cuatro días antes. Entre los dos cavan cuatro surcos y
plantan tomates y ajos. Aquí con la ayuda de su nuevo compañero inicia una
nueva vida. Su ilusión es roturar la huerta y dotarla de árboles frutales,
hortalizas, etc.
Recupera parte de los movimientos
afectados por el ictus, camina con normalidad y la enfermedad se detiene.
Esfuerzo, entusiasmo, dedicación, motivación…
constituyen el mejor remedio terapéutico, no sólo para su cuerpo, sino también
para su espíritu.
Comenta con alegría “hay más de
46 árboles frutales de distintas clases: melocotones, ciruelos, perales,
almendros, membrillos, parras de uvas, melonares; de hortalizas pimientos, tomates, cebollas,
ajos, lechugas…”
-“Todo esto lo hago por amor a la
residencia”, comenta justificando su labor.” Regalamos todos los productos a la
gente, para nosotros no queremos nada”
-Bueno se me olvidaba. Hemos
construido un refugio para pájaros en mitad de la huerta. Está acondicionado
para todo el año, ya que hay muchos canarios.
Efectivamente, situado en el
centro geográfico de la huerta. Hay una edificación circular, en forma de
cilindro destinado a la crianza de
pájaros.
-¿Cómo se desarrolla tu vida en un día cualquiera?
- Me levanto a las seis de la
mañana. Doy una vuelta por la huerta para ver lo que hay que hacer, trabajo en
lo que se necesita. Desayuno y después me voy con Amador y Joaquín, tomamos un
café, paseamos por el pueblo hablamos con la gente. Hacemos encargos que nos
mandan, comemos. Los ratos de la tarde los pasamos viendo la televisión,
hablando con residentes, haciendo reuniones de grupo con las monitoras…
Su vida se desarrolla a un ritmo
tranquilo, de forma sencilla, disfrutando de lo que hace, ayudando a los demás.
¿Recibes visitas?
“Tengo familia, pero no me vienen
a ver. Como no tengo dinero y no pueden sacarme nada, me olvidan. Esta es la
verdad”
Cómo te llevas con tus compañeros de la residencia
“Como todo en la vida, con unos muy y con otros no. Hay quien
piensa que lo que hacemos es para no pagar la residencia. Todo es envidia. Pago
religiosamente y me queda muy poco para otros gastos.”
“Nosotros no hacemos la pelota y
nadie nos la hace a nosotros”. Con las
cuidadoras y la directora nos llevamos de maravilla”.
Cambiando parcialmente de tema,
prosigue “nos preocupamos de nuestros compañeros, avisamos en cuanto le vemos
enfermos o tienen problemas. Recogemos las sillas. Esto es como en una familia,
como en una casa. Ayudamos y nos ayudan”
Cómo es la residencia
“La mejor casa en la que he
vivido. Unos dicen que podrían poner aire acondicionado. Eso es una tontería,
hay muchas personas que no lo soportarían. El mejor aire acondicionado es el del
huerto”.
“De aquí no me iré nunca. Solamente
me marcharé cuando me echen con las punteras para arriba”
Joaquín Campos (1950, Oporto. Portugal)
Trabajó en varias empresas de
Portugal como mecánico tornero automático. Se casó a los 31 y se divorció cinco
años después. Esta separación le afectó profundamente.
“Cuando nos separamos se rompió mi vida”-comenta-voy dando tumbos por Lisboa, Oporto, Algarve, España, Europa”. Lleva una
vida errante, trabajando donde puede y en cualquier oficio.
Tiene un hermano en Valladolid y
se va a vivir con él, es autónomo y le ayuda. Permanece siete años en esta ciudad. Del año 1988 al 1990, decide
vivir por su cuenta y acepta empleos temporales en diferentes bares normales,
de alterne, como camarero.
Posteriormente se traslada Coreses
y trabaja como camarero de un club y en
otros establecimientos similares. Permanece varios años, pero enfermó de un quiste en el páncreas. Los
médicos le dicen que la operación es de alto riesgo y no quiere que intervengan.
Esta enfermedad le produce diabetes crónica.
En el año 2011 entra en
residencia.- “Pesaba cuarenta kilos y creía que no duraría mucho," comenta. Pero
su salud mejoró, lleva siete años con el quiste estabilizado.
Se integra con facilidad en el
grupo de Leopoldo y Amador.
“Nos llevamos muy bien, unas
veces peleamos, pero eso pasa en todas las familias”. “Siempre estamos juntos
cuando estamos tiesos de dinero o cuando tenemos algo”.
Ayuda a Leopodo y Amador en la
huerta, sobre todo en la vendimia, pero
no es su fuerte. Como el resto de sus compañeros colabora en lo que puede en
las tareas de la residencia: recoger sillas, ir a la farmacia a por medicinas,
ayudar a algún residente necesitado, etc.
Agradecimientos
Estoy agradecido a Europa, siempre
me han tratado muy bien. España me ha dado la vida.
“Llevo cinco años y medio en la
residencia y estoy encantado. Vivo muy contento, bien duchado, ropa limpia,
bien planchada”
Visitas.
“De vez en cuando me viene a ver
una ahijada, me gustaría que viniera con más frecuencia, pero así es la vida”.
Una duda
“¿Si no fuera la residencia, qué
sería de mí? Me buscaría la vida, pero no llegaría a la vejez”
Amador Bernal (Peleagonzalo,
1955)
Amador tiene un defecto en
cuerdas vocales y apenas habla. Sus compañeros me comentan que su labor profesional se desarrolló toda su vida en el campo.
Ingresa en la residencia cuatro
días antes que Leopoldo, a causa de un accidente que le deja inútil una pierna
y tiene que utilizar muletas de por vida.
Leopoldo entabla amistad con él,
ayudándole en todos los menesteres de la huerta, con una dedicación e ilusión
admirable.
Todos los meses le vista su
hermana “para traerle el aguinaldo y la propina”, comenta socarronamente
Leopoldo, “No le gusta a Amador ver la petaca vacía del tabaco”.
Reflexión
Los tres amigos cuyas vidas discurrieron en otra época por caminos diferentes, se han convertido en
hermanos, en compañeros inseparables, en luchadores incansables por sobrevivir
y ser felices en unas circunstancias realmente difíciles.
La residencia les unió, decidió
sus destinos y ellos siguen juntos, dando testimonio de su amistad. La lealtad, camaradería y solidaridad,
son valores adquiridos en esta última etapa de reposo y de reflexión.
En una dependencia de la
residencia que sirve de almacén, han
fijado su lugar de ocio, de confidencias. Acércate una mañana de invierno a su
refugio, te invitarán a un vaso de vino y a una conversación gratificante. No
les censures si fuman mucho, es el único vicio que les queda.
F. Trancón