RECUERDOS DE LA GRANJA
DE MORERUELA
Miguel de Unamuno
No lejos de Benavente, en la Granja de Moreruela,
provincia de Zamora, resisten a acabar de caer las espléndidas ruinas del
primer monasterio de cistercienses en España.
Allá
me fui el último Domingo de Resurrección, y allí recordé una vez más el
virgiliano etiam ruinae periere: ¡hasta las ruinas perecieron! ¡Qué majestad la
de aquella columnata de la girola que se abre hoy al sol, al viento y a las
lluvias! ¡Qué encanto el de aquel ábside! ¡Y qué intensa melancolía la de
aquella nave tupida hoy de escombros sobre que brota la verde maleza! Y todo
ello se alza, añorando siglos que fueron, y quién sabe si siglos por venir, en
un valle de sosiego y de olvido del mundo.
Al ir allá, en auto, desde Benavente, bordeábamos
tranquilas charcas cubiertas de la blanca floración de las yerbas acuáticas, y
al llamar yo la atención sobre ello a mis amigos, exclamó uno de éstos:
"¡Hasta el agua estancada cría flores!".
A
lo que pensé calladamente: no; sólo el agua estancada florece, y no la que en
el caz de un molino hace andar la rueda que nos da la harina. La industria pide
agua corriente, pero a la poesía le basta la que está quieta. Y añorando yo,
como las ruinas del monasterio de cistercienses de la Granja de Moreruela
tiempos que se cumplieron, me dije por dentro:
En
una celda solo, como en arca
de
paz, libre de menester y cargo,
el
poema escribir largo, muy largo,
que
cielo y muerte, tierra y vida abarca.
Después,
en el verdor de la comarca
la
vista apacentar; sin el amargo
pasto
del mundo, a la hora del letargo
ver
cómo visten la dormida charca
en
flor las ovas. Lejos del torrente
raudo
del caz que hace rodar la rueda
que
muele el trigo, soñar lentamente
vida
eternal en la que el alma pueda
ser
pura flor. ¡Oh, reposo viviente;
florece
sólo el agua que está queda!
¡Soñar así, lentamente, a la hora de la siesta,
descansando la mirada en las charcas floridas! Y escribir un libro muy largo,
muy largo. Un poema, y si no una historia. Una historia como aquella dulcísima
y apacible Historia de la Orden de San Jerónimo, que en el Real Monasterio de
San Lorenzo de El Escorial escribió el padre jerónimo fray José de Sigüenza, y
es una maravilla de lengua y, a trechos, de poesía. (Bien haya la "Nueva
Biblioteca de Autores Españoles" por habérnosla vuelto a dar).
¿Hay en castellano acaso pasaje de más honda y
poética hermosura que el de la muerte de fray Bernardino de Aguilar, profeso
del convento de la Murta de Barcelona, que murió tañendo en el manicordio y
cantando el salmo Super flumina Babilonis? "No parecía voz humana, porque
penetrava las entrañas con el sentimiento que dava a la letra; llegó assi con
sus versos hasta el que dize: Quomodo cantabimus canticum Domini in terra
aliena. Dixolo una vez, tornolo a repetir la segunda, y a la tercera alçó los
ojos al cielo, y dando un suspiro de lo profundo del pecho, puestas las manos
en la tecla, pasó de esta vida a la eterna, porque cantasse el cantar del Señor
en la tierra de los vivientes". (Libro
IV, cap. XXVII).
¿Encierro el del monasterio? Sí; "encerravase
cada uno en su celdilla o covachuela no dice el padre Sigüenza- y desde aquel
lugar tan estrecho passeava con el alma la anchura de las moradas del
cielo". Y yo me digo del que otra vida lleva:
Alza al correr tan grande polvareda
que
le ciega los ojos,
ni le cabe pararse en firme hasta que al cabo
acabe
donde
nunca pensara, pues la rueda de la
fortuna es la que le envereda,
no
a ella él; desque perdió la llave
del
gobierno de sí mismo no sabe
adónde
corre a ir a dar de queda.
¡Cuánto
mejor desde abrigado encierro
libre
de polvo y sin temor de yerro
irreparable
pasëar la cumbre
de
la alta serranía de los astros
a
busca en ella de divinos rastros
de
la increada y creadora lumbre!
Allí
es la quietud del lago del alma, y sin esa quietud no
florece
el lago. Oigamos de nuevo a nuestro padre Sigüenza,
cuando
nos dice que "andan estas almas senzillas (digámoslo
ansí)
como çabullidas en Dios y en sí mismas, puestas en una
quietud
soberana, donde no llega turbación de malicia". Esto,
a
propósito del siervo de Dios fray Juan de Carrión, llamado
el
Simple. Y me digo:
Déjame
que en tu seno me zambulla
donde
no hay tempestades; como esponja
habrá
en Ti de empaparse mi alma, monja
que
en el cuerpo, su celda, se encapulla.
Mientras
Satán sobre esta mar aúlla
al
husmo de almas con que henchir su lonja,
más
dulce aquí que jugo de toronja
me
es tu agua, Señor. Ni me aturulla
el
vaivén de su mundo, ya que dentro
vivo
de mí viviendo en tu bautismo;
sólo
perdido en Ti es como me encuentro;
no
me poseo sino aquí, en tu abismo,
que
envolviéndome todo, eres mi centro,
pues
eres Tú más yo que soy yo mismo.
Sí,
Dios es mi yo infinito y eterno, y en Él y por Él soy, vivo
y
me muevo. Mejor que buscarse a sí es buscar a Dios en sí
mismo.
Y cuando andamos dentro nuestro a la busca de Dios,
¿no
es acaso que nos anda Dios buscando? Pues que le bus-
cas,
alma, es que Él te busca y le encontraste.
Si
me buscas es porque me encontraste
-mi
Dios me dice-. Yo soy tu vacío;
mientras
no llegue al mar no para el río
ni
hay otra muerte que a su afán le baste.
Aunque
esa busca tu razón desgaste,
ni
un punto la abandones, hijo mío,
pues
que soy Yo quien con mi mano guío
tus
pasos en el coso por que entraste.
Detrás
de ti te llevo a darme cara,
y
eres tú quien te tapas para verme;
pero
sigue, que el río al cabo para;
cuando
te vuelvas, ya de vida inerme,
hacia
lo que antes de ser tú pasara,
descubrirás
lo que en tu vela hoy duerme.
Sí;
caminamos de espalda al sol, es nuestro cuerpo mismo
el
que nos impide verlo, y apenas sabemos de él sino por nues-
tra
propia sombra, que donde hay sombra hay luz. Detrás
nuestro
va nuestro Dios empujándonos, y al morir, volvién-
donos
al pasado, hemos de verle la cara, que nos alumbra
desde
más allá de nuestro nacimiento. Esta nuestra eternidad
duerme
en nuestra vigilia.
¡Qué
bien en una celda como las que en un tiempo for-
maron
la colmena mística de la Granja de Moreruela, medi-
tando
o fantaseando estos consuelos de esperanza allá, en
aquel
siglo XIII, oliente a san Francisco! ¡Pero en aquel
siglo
XIII, en aquella poética Edad Media, mocedad del cris-
tianismo!
Hoy
la Granja son ruinas. Lo único que permanece igual
es
el verde florido valle, el convento de las resignadas encinas
que
abrigan a los pajarillos, que sin cesar cantan la gloria del
Señor,
y cantándole le buscan y le encuentran.
Salamanca-VI-11.
(F.
Trancón)
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