La Imagen dormida de Zamora Ntra. Sra. del Tránsito
Historia de su convento y vida de la Fundadora Sor
Ana de la Cruz
Ediciones Monte Casino (Benedictinas). Zamora (1981)
Entre sus joyas de arte
y sus preciosos recuerdos de pasadas grandezas, la antigua ciudad de Zamora conserva
una alhaja de inestimable valor, un regalo del cielo, que es el mayor tesoro de
los nobles zamoranos: la milagrosa Imagen de Nuestra Señora del Tránsito.
Hace ya más de tres
siglos que se venera en el Convento de clarisas del Corpus Christi. Su historia
la encontramos en los antiguos libros y pergaminos del Convento, tal como la
vamos a referir, dando a la vez una breve descripción de la vida de la Santa
Fundadora, que mereció ser premiada con este tesoro del cielo, que tantas bendiciones
derrama sobre el pueblo zamorano desde su amado Convento.
A fines del siglo, una
noble señora, doña Ana Osorio de Rivera, se propuso transformar su palacio en
casa del Señor, y con ayuda del Concejo y del vecindario, hizo labrar un
claustro destinado a religiosas franciscanas, fundación muy deseada por el
devoto pueblo zamorano.
De Gandía habían de
venir las fundadoras.
La elegida de la
Providencia para llevar a cabo la santa empresa fue una nieta de San Francisco
de Borja, Sor Ana de la Cruz, hija de los duques de Gandía. Más ilustre por sus
virtudes y talentos, dice la crónica, que por su esclarecida alcurnia.
Con el nombre de esta
primera Priora está íntimamente ligada la hermosa tradición del milagro.
La Madre Ana, recordaba
con añoranza la devota imagen de la Virgen del Tránsito de las Descalzas de
Gandía, protectora y consuelo de aquella comunidad; tenía vehementes deseos de
poseer otra semejante para su nuevo convento. Pero la escasez de medios, la
penuria propia de una fundación reciente, se lo impedía. Llena de dolor
encomendó el asunto a la oración y no comunicó sus anhelos más que a sus
religiosas, que por cierto compartían su misma aspiración. Nadie más se enteró
del asunto.
Cuenta el libro más
antiguo de la Comunidad el sorprendente suceso acaecido en el Monasterio el
día 2 de mayo de 1619, y de allí tomamos estas notas.
Serían las ocho de la
mañana, hora en que las monjas tenían la oración. Sor Petronila, la tornera,
oyó que llamaban al torno. Al preguntar quién llamaba, le contestaron:
—Somos dos jóvenes
romeros que venimos de Compostela y pedimos urgentemente hablar con la Madre
Priora.
La tornera llevó el
recado al coro.
Acudió sor Ana de la
Cruz y con religiosa cortesía les saludo diciendo:
— ¿Qué desean los
tristes peregrinos del silencio de esta pacífica mansión?
—Reverenda Madre, ha
llegado a nuestros oídos la noticia de la santa ambición que os inquieta.
Sabemos vuestro anhelo de poseer una imagen de María Santísima en su glorioso
tránsito, y venimos dispuestos a hacerla tan hermosa que llegue a ser el pasmo
de las futuras generaciones.
¿Cómo puede ser eso?
—exclama sorprendida la Priora... ¿Cómo habéis desenvuelto los pliegues de mi
pensamiento?
—Vuestro pensamiento ha
burlado el espesor de los muros del convento...
Y con voz dulce y
agradable, añadió el desconocido joven: —Somos diestros, dejad recelos y
poseeréis lo que tanto deseáis...
No es para descrita la
sorpresa de la Madre Ana. ¿Cómo podía haber llegado su devota aspiración hasta
aquellos forasteros venidos de tierras extrañas y del todo desconocidos?
Si grande era su
maravilla ante aquel misterio indescifrable, no era menos grande el compromiso
en que se veía su pobreza, siendo tan extrema la penuria del Monasterio.
—Pero ¿cómo he de
apreciar vuestro trabajo —insistió la Priora— si somos tan pobres? ¿En cuánto
apreciáis vuestra obra?
—Gracia haremos; no
somos avaros. Nuestro afán será llenar vuestro gusto .Y nada quisieron ajustar
hasta que la obra estuviese terminada. Sólo pidieron un favor, puesto que eran
desconocidos en la ciudad, que se les concediese una estancia dentro de la
clausura para poder trabajar.
Usando de la licencia
que se concede a los obreros conventuales, no se puso inconveniente. Quedó a
disposición de los romeros una espaciosa sala y dos religiosas encargadas de
acompañarles. Ellos rogaron que les dejasen solos, que cerrasen la puerta por
fuera y no volvieran hasta que llamasen.
Así transcurrieron las
horas, desde las ocho de la mañana hasta las cinco de la tarde. Extrañadas las
religiosas de que en tanto tiempo no diesen los forasteros señales de vida,
acudieron temerosas, llevándoles algún alimento.
No se oía ningún ruido;
nadie contestaba a las llamadas. Sor Ana de la Cruz se decide a abrir la puerta
y... ¡oh prodigio sorprendente! Los romeros han desaparecido y en cambio se
encuentran con una soberana imagen, tan hermosa, tan celestial, que sólo los
espíritus bienaventurados pudieran concebir así la belleza sobrehumana de la
Reina de los cielos.
Acudió toda la
Comunidad a contemplar y venerar entre cánticos de alabanzas a la milagrosa
imagen de Nuestra Señora del Tránsito. El asombro, el gozo, el agradecimiento,
colmaba sus corazones.
Entretanto, nadie podía
dar razón de los presuntos romeros de Compostela; nadie volvía a ver las huellas
de los imagineros peregrinos. No cabía duda de que aquellos artífices no eran
de la tierra, ¡que habían bajado al convento los mismos espíritus angélicos! 1.
La humildísima Madre
Ana reunió a sus monjas y les pidió guardasen silencio sobre el prodigio. La
providencia de Dios lo descubriría cuando viniese.
Se guardó absoluta
reserva. Pero al cabo de tres días una multitud de zamoranos llegó a las
puertas del convento solicitando les fuera enseñada la imagen de Nuestra
Señora. De toda la comarca habían acudido devotos, enfermos y atribulados, en
busca de la Virgen de los peregrinos.
Las religiosas tuvieron
que acceder, el espontáneo afán de estas buenas gentes era clara señal de la
voluntad divina. Y cuenta la tradición que aquel día Nuestra Señora del Tránsito
obró grandes milagros y dejó caer copiosas bendiciones sobre Zamora y sus
contornos.
Han pasado más de tres
siglos desde el día del maravilloso suceso; tres siglos durante los cuales no
se ha enfriado la devoción de las generaciones hacia la que sigue llamando
Madre y Reina de Zamora, pese al materialismo e impiedad de los tiempos. El
hecho es que cada año la ciudad entera sigue acudiendo con devoción
extraordinaria a postrarse durante nueve días ante la sublime efigie labrada por
aquellos viajeros desconocidos
Y la Virgen, ahora como antaño, sigue
premiando la fe y el homenaje de sus devotos con extraordinarios favores.
Dejó escrita la
maravillosa historia de Nuestra Señora del Tránsito una de las compañeras de la
Fundadora, llamada Sor María de la Cruz, testigo presencial del prodigio.
La priora, poco tiempo
después de la magnífica respuesta del cielo a sus fervorosas oraciones, fue
reclamada por su antiguo convento de Gandía y pasó por el dolor de separarse
de su Tesoro, del hechizo del convento, que era su amada imagen del Tránsito.
En su tierra la esperaban para elegirla Abadesa, y lo fue hasta el resto de sus
días. Murió en olor de santidad en el año 1641.
Han pasado los siglos
sin dejar huellas sobre la imponderable belleza de la Virgen Dormida. Se
conserva tan hermosa como el primer día.
Las revoluciones y
hasta la invasión de los franceses la han respetado. Cuentan las crónicas que
durante el saqueo de las tropas napoleónicas, unos cuantos soldados penetraron
en el convento en busca de las alhajas de Nuestra Señora. Amedrentadas las
religiosas, les dejaron libre el paso, pero al llegar junto a la capilla
súbitamente se volvieron, diciendo: "Aquí no, vámonos", y se
retiraron sin tocar nada.
Hasta el año 1750 se
veneró la imagen en la propia sala donde la dejaron los peregrinos. Entonces
fue trasladada a una capilla de la iglesia conventual. Y en 1899 se colocó
junto al presbiterio en un magnífico camarín iluminado por grandes ventanales.
De tarde en tarde ha
salido de la clausura, paseando triunfalmente por las calles de Zamora. En
épocas de epidemia y de públicas calamidades, el pueblo, presidido por el
Prelado, la ha sacado en procesión de rogativas, como sucedió en 1885 y en
1918, implorando su valimiento contra la cólera y la gripe.
Otras veces ha salido
para recibir los homenajes de la devoción zamorana. En 1747, para celebrar la
construcción de su nueva capilla, el principal número de los festejos públicos
que se organizaron en honor de Nuestra Madre, la Virgen Santísima del Tránsito,
fue el desfile procesional de la imagen por las calles. Con motivo de las obras
del nuevo camarín, en 1897, entró en hombros de sacerdotes al interior del
convento, y luego fue paseada por la población. Para celebrar, en 1919, el
tercer centenario de su aparición, en medio de explosiones dé entusiasmo
popular se celebraron grandes fiestas. En 1930, conmemorando el XV centenario
del concilio de Éfeso, fue llevada a la Catedral para dedicarle un solemne
novenario. En 1939 recorrió en procesión, con gran entusiasmo de todos los
zamoranos, las principales calles de nuestra ciudad, con motivo de las fiestas
de la Paz, y en 1945 salió en procesión de rogativas, para alcanzar del Señor
el agua para nuestros campos.
Nunca sale de la
clausura nuestro amado tesoro, sin que derrame sus bendiciones sobre sus amados
hijos zamoranos, que, confiados, vienen a cobijarse bajo su manto.
Estas manifestaciones
colectivas de ardiente veneración prueban que no se ha enfriado el culto hacia
la que cada zamorano considera su Madre. Fuego de amor filial que de generación
en generación se mantiene encendido en el seno de las familias honradas.
Descastado sería quien tolerase el menor desdén hacia la que, en su sublime
sueño, es perenne amparo de la ciudad castellana.
Piadoso viajero que
vienes a Zamora: no dejes de ir a en comendarte y a contemplar unos momentos el sagrado Tesoro
de las Clarisas Descalzas. Quedarás subyugado ante aquella celestial
hermosura, divinamente extática como la describió el poeta.
Dejáronnos tu imagen en un modesto lecho,
Destellos en tu frente brillando de candor,
Tus ojos entornados, tus manos sobre el pecho
Durmiendo dulce sueño en éxtasis de amor.
Y tal belleza encierra y encantos tu figura,
Que al cielo ha embelesado y es nuestra admiración.
Destellos en tu frente brillando de candor,
Tus ojos entornados, tus manos sobre el pecho
Durmiendo dulce sueño en éxtasis de amor.
Y tal belleza encierra y encantos tu figura,
Que al cielo ha embelesado y es nuestra admiración.
Historia de su convento y vida de la fundadora de éste
Cómo se fundó el Convento del Corpus Christi de Zamora
La señora doña Ana
Osorio —dice un antiguo documento— mujer que fue de don Juan Carbajal,
Caballero del Hábito de Santiago y vecino de la ciudad de Zamora, mandó por su
último testamento, las casas de su morada y toda su hacienda, para que se
fundase un Monasterio de Primera Regla de Santa Clara, que vulgarmente llaman
Descalzas, y pidió con encarecimiento a los Señores condes de Alba y Aliste,
que lo eran muy suyos, don Diego Enríquez de Toledo y doña María de Urrea, se
sirviesen de imponer su autoridad, para que fuesen traídas a fundarle
Religiosas de dicho Instituto, lo cual dichos señores procuraron con grandes
veras y demostraciones a la devoción en que siempre se señalaron con el Hábito
del Seráfico Padre San Francisco, pidiendo al Padre General de su orden, que a
la sazón era fray Buenaventura Calatagirona, les diese para este efecto cuatro
religiosas del Monasterio de Santa Clara de Gandía (que es el primero que se
fundó en España de la primitiva Regla de Santa Clara y ha permanecido siempre
en fama de rigurosa observancia y gran santidad).
El Padre General
condescendiendo con tan piadosa petición, dio su patente para que viniese por
abadesa Sor Ana de la
Cruz, que a la sazón
era Vicaria en sobredicho Monasterio de Gandía e hija de los duques de ella, y
en su compañía Sor Beatriz del Espíritu Santo, Sor Vicencia de Jesús y Sor
Juana de Jesús.
Sor Ana y sus
compañeras salieron de Gandía a fines del año 1596, con dirección a Madrid, a
donde llegaron en los primeros días del año siguiente, hospedándose en el
convento de las Descalzas. Allí recibieron una novicia, a la que dieron el
hábito el día 4 de enero de 1597, con el nombre de Inés de los Reyes, viniendo
luego con las Madres a Zamora para fundar. Llegaron a la capital nuestra, el
jueves 17 de enero del citado año de 1597.
Se refugian las fundadoras en el Convento de los Jerónimos
Un hecho imprevisto
impidió a las religiosas llegar al recinto de la ciudad tan pronto como era su
deseo, pues al llegar al puente se encontraron con la imposibilidad de
cruzarlo. El Duero había crecido de manera alarmante y hubieron de recogerse
en "un convento de Padres Jerónimos", donde estuvieron cinco días, al
cabo de los cuales pudieron pasar a tomar posesión del suyo, acto al que
asistieron los Condes de Alba y de Aliste.
Cinco días después —el
veintisiete de enero, domingo— dieron el santo hábito a cinco nuevas novicias,
que se llamaron Sor Isabel Magdalena, Sor Marina de la Cruz, Sor María
Evangelista, Sor Inés de la Concepción y Sor Ángela Gabriela. En octubre del
mismo año tomaba también el santo hábito otra novicia: Sor Clara Francisca.
Todas ellas profesaron a su tiempo y ellas fueron la base fundamental de la
santa comunidad del Corpus Christi.
En los primeros años
tuvieron que hacer uso de algún oratorio provisional, pues la iglesia no se
terminó hasta el año de mil setecientos cinco, en el cual, por disposición de
doña Ana Osorio en su testamento se trasladaron sus restos y los de su marido
de la iglesia de San Ildefonso, donde estaban depositados, y se colocaron en
el sepulcro de piedra que en la pared de la capilla mayor existe, al lado del
Evangelio.
Aún podemos leer
limpiamente la inscripción a ellos dedicada sobre su tumba y apreciar su
escudo de armas. La inscripción dice así: "Aquí yace el buen Caballero
don Juan de Carbajal, del Hábito de Santiago y su mujer la nobilísima señora
doña Ana de Osorio Rivera, de la ilustrísima familia de los marqueses de
Astorga, fundadora de este Monasterio. Murió año de mil quinientos noventa y
dos. Fueron trasladados sus huesos de la iglesia de San Ildefonso donde estaban
depositados, el año que la presente se acabó mil seiscientos cinco.
Los patronos del Convento
Por otra cláusula del
testamento de la misma señora doña Ana Osorio, quedaron como patronos perpetuos
de este Convento el Guardián de los Padres Franciscanos de esta ciudad, el
Cabildo de la Santa Iglesia Catedral y el Prior del Convento de Santo Domingo,
también de Zamora. Hoy, desaparecidas dos de las congregaciones citadas, es
único Patrono del Convento del Corpus Christi el ilustrísimo Cabildo del primer
templo diocesano.
Vida ejemplar de Sor Ana de la Cruz
Los siguientes datos
nos los facilita la reverenda Madre Abadesa del Convento de Gandía, donde a los
tres años de edad ingresó, para ser educada, la primera Abadesa del Convento
del Corpus Christi de Zamora, sor Ana de la Cruz de Borja, a quien
milagrosamente le fue entregada la imagen de
Nuestra Señora del
Tránsito y por quien la ciudad la ha recibido.
Dicen así los
documentos que llegan a nuestras manos:
"Después de haber
perdido este Monasterio de Gandía tres Religiosas hijas de los excelentísimos
señores duques de Gandía, muy recomendables por su virtud y que se llamaron Sor
Isabel Magdalena, Sor Francisca y Sor Justa de la Cruz de Borja, cuyas memorias
se perdieron, por haberlas quemado una Religiosa cocinera obedeciendo órdenes
de la Prelada equivocadamente, pues no eran esos papeles los que dispuso se
arrojaran al fuego, vino a esta Comunidad gran contento con las Madres Sor Ana
y Sor Magdalena.
Cuando entró Sor Ana
vivían Sor Juana Bautista y Sor Juana Evangelista, hermanas del padre de
aquélla. Entraron también cinco hermanas de San Francisco de Borja, del que Sor
Ana era nieta. Además fueron religiosas de este Monasterio su abuela, una tía
con su hija más pequeña y muchas nietas, bisnietas y primas, hasta el número
de treinta y tres de la casa de Borja. Ingresó la primera en 1486 y la última
en 1730. De todas se conserva relación de sus vidas en este Convento de Gandía,
así como la de la hermana de San Francisco Javier, que murió aquí.
Detallando más, Sor Ana
de la Cruz de Borja fue hija de los excelentísimos señores don Carlos de Borja
(primogénito de San Francisco) y el primero de este nombre, y de doña Magdalena
Centelles, duques de Gandía y condes de Oliva. Entró en este santo monasterio a
la edad de tres años, junto con su hermana Magdalena de Jesús y Borja, que
contaba cuatro. Sor Ana, como la más pequeña, sin conocer el bien que Dios le
hacía, lloraba amargamente, asida al cuello de su tía doña Leonor de Noroña;
más la M. Abadesa, que a la sazón lo era Sor Ana Ladrón, hija de los vizcondes
de Chelva y hermana de don Francisco el Comendador, con gran cariño la consoló
y se tranquilizó la niña.
Luego las dos hermanas
empezaron a dar muestras de lo que habían de ser y de lo que habían de crecer
en virtudes, poniendo muy especial cuidado en aquellas en que sobresalían las
Religiosas para imitarlas.
Cuando Sor Ana tenía
cinco años y su hermanita Magdalena seis, la reverenda Madre Sor Ana de la
Concepción, hija de don Sancho Artacho y de doña María Padilla Caballero,
persona muy principal de Castilla, oyó, sin que las niñas lo reparasen, esta
conversación:
Decía Sor Magdalena a
Sor Ana: "Yo y tú somos las más grandes pecadoras que hay en casa, porque
todas las religiosas están hechas unas santas. ¿No ves la humildad de ésta y la
penitencia y mortificación de aquélla?". Así, comenzando desde la Madre
Abadesa discurrían por todas y cada una admirando sus virtudes, que le eran
propias con tanta verdad y tan al natural, que causaba maravilla.
Otras veces decía la
misma Sor Magdalena a Sor Ana: Hermana, dame cuenta de cómo amas a Dios y de
cómo le sirves. Hermana —le respondía Sor Ana— yo hago lo que puedo en servir
y amar a Dios y quisiera amarle y servirle de todas veras.
Curiosísima anécdota de su vida
En cierta ocasión,
estando las dos hermanas en ejercicios espirituales, que les guiaba la
Religiosa que a su cargo las tenía, cantó un gallo, y yendo Sor Ana a una
ventana para verle, se enojó mucho Sor Magdalena y le dijo: ¡Hermana, qué
puesta y aficionada estás a las cosas de este engañoso mundo! dime ¿qué te ha
de hacer un gallo a la hora de la muerte? Estamos tratando de servir a Dios en
esta santa casa y te ocupas de esas niñerías, que no aprovechan para nada. Oyó
Sor Ana la corrección con mucha mansedumbre y le respondió diciendo: tienes
mucha razón, hermana mía, en lo que me dices, pero yo te doy palabra de que me
enmendaré en adelante. ¡Hermosura de niñas que a los cinco y seis años ya
estaban dotadas de tan claro entendimiento!
Virtudes y talento de Sor Ana
Con ser Sor Ana de tan
tierna edad, fue ya desde entonces el imán de todas las Religiosas, pues la
admiraban adornada de raras prendas de naturaleza y de gracia.
De los progresos que
hizo en su niñez en todo género de instrucción ha quedado testimonio en las
Memorias de este Real Monasterio, con huellas de precocidad increíbles. Antes
de entrar en el Noviciado, sabía perfectamente la Gramática; le eran familiares
los mejores libros latinos; entendía de las delicadezas de dicha lengua y la
escribía y hablaba con la máxima perfección. Y aún fuera esto menos de admirar,
si sólo se hubiera dado a este estudio, pero consta que ya entonces dedicaba
la mejor parte del tiempo al de las Sagradas Escrituras, en cuyo conocimiento
era muy inteligente. A este estudio unía el de los Santos Padres y así, al
cumplir el año del Noviciado, había leído ya gran parte de las obras del
venerable Padre Fray Nicolás de Lira.
Tenía Sor Ana una
librería muy escogida y numerosa, en la que cifraba todos sus encantos. La
había recibido del palacio de sus padres.
Más, aunque fue tanta
la aplicación de Sor Ana en cultivar su entendimiento, mayor fue el cuidado en
cultivar las virtudes del alma. Su noviciado no sirvió más que para
perfeccionarse y conocer más sus obligaciones. Comunicaba frecuentemente con
algunos siervos de Dios, muy doctos, las cosas de su espíritu y conversaba con
ellos sobre algunas materias de perfección, a la que ordinariamente aspiraba.
Cuantos la oían discurrir en semejantes asuntos quedaban atónitos al apreciar
los dones que la Divina Providencia había depositado en aquella alma de tiernos
años.
Por tener de connovicia
a su hermana Magdalena, no guardaba con esta conversación alguna que pudiera
excitarla el recuerdo de la grandeza,
regalos y conveniencias de su noble casa.
Siempre su conversación
versaba sobre cosas de la vida eterna.
Habiendo terminado el
año de probación, con un fervor espiritual que faltan palabras para ponderarlo
debidamente, Sor Ana hizo su profesión religiosa en manos de la Reverenda Madre
Sor María de los Ángeles y del Águila, natural de Ciudad Rodrigo. (Sus
apellidos de Chaves y Sandoval dan a entender claramente el ascendente de la
casa de esta religiosa). Al verse ya Sor Ana profesa y atada a su Dios con los
lazos de los votos emprendió de nuevo y con más aliento la carrera de la
perfección, como si entonces la comenzara. Diose más a la oración y a la
mortificación, de tal manera que a las religiosas les parecía una anacoreta
venida del Yermo. En compostura exterior mostraba el recogimiento de su gran
espíritu; en el silencio se extremaba, si es que puede haber extremos en las
virtudes y, cuando había de hablar, sus palabras no eran menos edificantes que
el silencio. Jamás —dice la Memoria de su vida— habló por hablar, ni de cosas
impertinentes, antes bien, sus palabras eran siempre muy meditadas y a modo de
sentencias. Decían las religiosas que la oían, que nunca de su conversación
sacaban faltas sino nuevos y fervorosos deseos de servir a Dios muy cuidadosas.
Seguía en todo la vida común, sin admitir privilegios, aun en el acto más
mínimo y de menor importancia, no obstante parecer a las Preladas que alguna
dispensación podían otorgarla, debido a la nobleza de su linaje. Jamás faltó
una hora a coro
Y era exactísima su
puntualidad en asistir a los Maitines de media noche.
Conocían las Religiosas
de Gandía que la Madre Sor Ana era el mayor lustre de su Monasterio, por sus
sublimes prendas, así de gracia como de naturaleza, y tanto era el amor y
veneración que la profesaban, que no se hallaron nunca satisfechas de verla
súbdita con ellas. Tenían ilusión por colocarla en el candelero de Preladas,
para que las gobernase y dirigiera con la sabiduría de su talento y virtudes
relevantes; pero lo estorbaba su falta de edad.
Sor Ana de la Cruz funda en Zamora
Surgió entonces la
petición del P. General de la Orden Franciscana, Fray Buenaventura de
Calatagirona, para que religiosas del Monasterio de Gandía vinieran a fundar en
nuestra capital.
Un breve del Nuncio de
Su Santidad fue necesario para que Sor Ana de la Cruz de Borja pudiese ser
nombrada Abadesa del Convento de Clarisas Franciscanas Descalzas de Zamora.
Pidieron dispensa de edad las religiosas de la misma Orden de Gandía, a las que
el Padre General dispuso enviaran a la ciudad nuestra varias de sus compañeras,
para fundar el que hoy guarda la imagen sagrada de Nuestra Señora del
Tránsito. Contaba entonces Sor Ana 27 años de edad. A Zamora vino y del convento
tomó posesión como Prelada fundadora el día 22 de enero de 1597.
Prelacía de Sor Ana
Dicen los documentos
que copiamos "Jamás se arrepintieron las mismas Religiosas de haberla
elegido Prelada, antes bien, en los 20 años que lo fue del Monasterio de
Zamora, siempre las tuvo muy contentas. Mas, no es de extrañar, porque se
juntaron en esta
venerable Madre cuantas prendas se pueden apetecer en una Prelada, y todas
ellas se vieron puestas en obra desde el punto en que comenzó a gobernar el
Monasterio zamorano. Fue su gobierno por todos los veinte años, pacífico,
prudente y suave y no por eso menos eficaz, para conservar en sus súbditas las
buenas costumbres e introducir en ellas otras nuevas. Iba en todo delante con
el buen ejemplo y exhortaba a las religiosas más con las obras que con las
palabras. Era celosísima de la observancia regular, que de todos modos procuraba
mantenerla en su viva fuerza. Todos sus favores eran para las más observantes y
se tenía por prueba cierta de mayor religiosidad el disfrutar de más acogida
en la Abadesa. Procuraba Dios el celo de la venerable Madre de manera que en
ningún tiempo estuvo más floreciente la disciplina Regular en los Monasterios
de Zamora y de Gandía, que en los 41 años que los gobernó.
Hacía a menudo
exhortaciones a la Comunidad, sirviéndose para ello de los textos de la Sagrada
Escritura; explicaba con muchos y muy oportunos lugares de los Santos Padres,
moralizando al intento con mucho espíritu y sin afectación alguna. Nada se le
echaba de menos en las pláticas, antes bien eran piezas que podían servir de
norma a los oradores más perfectos.
Así, las religiosas que
la oyeron en el convento de Gandía, como las que la acompañaron en las
fundaciones de Zamora y Salamanca, no se cansaban de ponderar el espíritu y
erudición con que hablaba en estas ocasiones. Decían que a dichas pláticas, a
las que Sor Ana animaba con la ejemplaridad de su vida, atribuían las
Religiosas la felicidad que en todas partes introdujo su presencia, sin rozar
la más severa disciplina.
Sor Ana de la Cruz en Salamanca
Relajada la disciplina
en el convento de Clarisas Franciscanas Descalzas de Salamanca, Sor Ana, por
disposición del señor Nuncio de Su Santidad y del Ministro General de la Orden,
hubo de trasladarse a la ciudad vecina. Tan provechosa fue su labor, que pudo
pasado algún tiempo, regresar a Zamora, donde nuevamente siguió dando ejemplo
de virtudes excelsas, sin fatigarse en continuar sus exhortaciones y pláticas
frecuentes.
Para que nada desvirtúe
el texto original que a nuestras manos llega, vamos a trascribirlo
literalmente. Dice así:
"Sor Ana de la
Cruz, desahogaba muchas veces con sus hijas el corazón diciéndolas: Que la
única pena que tenía era no tener allí —en Zamora— una imagen de Nuestra Señora
del Tránsito semejante a la que se había dejado en Gandía; porque el Monasterio
no tenía posibilidad, por su mucha pobreza, ni tampoco en Zamora se podía
hallar artífice que la sacase al vivo. Mas quiso Dios consolar a su Sierva pues
estando un día en oración en el coro, como solía, explicando estas ansias a
Dios Nuestro Señor, fue a llamarla una religiosa, llamada Sor Petronila,
diciendo que la llamaban en el torno dos forasteros. Bajó la Madre Sor Ana, y
preguntándoles por qué fin habían venido dichos forasteros, la respondieron,
que tenían orden de cumplir su deseo y hacer una imagen de Nuestra Señora del
Tránsito que fuese de su gusto, que no se afligiera de no tener posibles,
porque se la harían de gracia".
"Maravillóse mucho
la venerable Madre, creyendo que nadie, fuera del Monasterio, era sabedor de su
deseo. Mostróles mucho aprecio y estimación del favor que le ofrecían los
extranjeros, sin haber precedido mérito alguno de su parte para alcanzarlo.
Suplicáronle les permitiese hacer la imagen dentro de una pieza del Monasterio
que estuviese retirada
Imagen dormida de
Zamora 21
Y sola y que las
Religiosas escuchas quedaran fuera, por si algo hubiese menester".
"Otorgóles la
venerable Madre con mucho gusto todo cuanto la pidieron aquellos sujetos, al
parecer hombres en realidad Ángeles, como se dirá luego".
Encerrándose, pues
estos forasteros en la pieza que pidieron A LAS NUEVE HORAS DE LA MAÑANA DEL
DÍA 2 DEL MES DE MAYO DEL AÑO DE 1619. LLEGADAS LAS CINCO DE LA TARDE Y
OBSERVANDO LAS RELIGIOSAS QUE ELLOS NO PEDÍAN COSA ALGUNA NI SE LES OÍAN GOLPES
EN LA ESTANCIA DONDE ESTABAN, LLAMARON MUCHAS VECES A LA PUERTA Y, COMO NO LAS
RESPONDIESEN, SE DETERMINARON A ENTRAR DENTRO DE LA PIEZA. Más no hallaron en
ella hombre alguno sino una imagen hermosísima de la Reina del Cielo. Dieron
parte a la Madre Sor Ana, que experimentando suceso tan milagroso, llena de
admiración y gozo, dio las gracias a Dios, pues se dignó favorecerla en tan
singular fineza.
Poco después fue al
Monasterio mucho pueblo, así de la ciudad de Zamora como de los lugares
circunvecinos, pidiendo se les mostrase la Santa Imagen de Nuestra Señora del
Tránsito, que habían hecho los Ángeles. Cada día era más numeroso el concurso
que acudía a ver a la soberana Imagen, hasta que, para satisfacer a la devoción
de aquellas gentes, se hizo una capilla con rejas en la iglesia, donde se
colocó aquel sagrado simulacro de la Reina de los Ángeles en el año pasado de mil
setecientos cuarenta y siete, día tres de noviembre del mismo año.
Sor Ana de la Cruz vuelve a Gandía
Después de este
milagroso favor del Cielo —sigue diciendo el documento que transcribimos— se
hallaba la Sierva del Señor gustosísima en su Monasterio de la mencionada
ciudad de Zamora: pero sus sobrinos, los excelentísimos señores Duques de
Gandía, como también las Religiosas del Santo Monasterio de dicha ciudad, no
pudiendo acostumbrarse a carecer de su venerable persona más tiempo del que ya
se habían privado, instaron apretadamente unos y otras a que viniese a este
Monasterio de Gandía. No pudo excusarse petición tan justa y, condescendiendo
ella, hubo de restituirse a esta Santa Casa, como luego veremos.
Despedida de Sor Ana de su Virgen amada
He aquí sus palabras,
que alguna religiosa debió recoger e interpretar:
"¿Es posible,
dulce Madre de Dios y Madre del alma, que esté nuestra separación decretada por
vuestro Santísimo Hijo? ¿Por qué no me deja morir tranquila en esta morada que
Vos embellecéis? ¿Cómo vivir sin vos, luz de mis ojos, alegría de mi alma,
consuelo de mi corazón?
¡Santos muros, guardad
avaros el inapreciable tesoro que custodias! ¡Palomas del campo, gemidos del
viento, raudales del Duero, cantad las glorias de la Madre mía! ¡Cuán dichosas
sois en no separaros de ella!
Terminada su oración,
nuestra afligida Madre, después de haber abrazado a sus menos desconsoladas
hijas, partió para el convento de Gandía en compañía de la Madre Juana de
Jesús, que era a la sazón su Vicaria, el día 14 de septiembre del año 1619,
quedando formada en Zamora una comunidad religiosa observantísima.
Prelacía de Sor Ana de la Cruz en Gandía
Prosigamos ahora con el
documento que del Monasterio de Gandía transcribíamos:
Comienza ratificando
que Sor Ana de la Cruz salió de Zamora en el año 1619 y, "habiendo llegado
a este Monasterio con prosperidad, prosigue el mismo tenor de religiosa observancia,
siendo el modelo que se proponían las demás religiosas. Pusieron en ella sus
ojos para elegirla por Prelada y, habiendo concluido el oficio de su segundo
trienio la Rvda. Madre Sor Luisa Pérez de Valencia el año 1620 por el mes de
noviembre, eligieron como su Abadesa a la venerable Madre Sor Ana de la Cruz y
Borja. Y después de este trienio la eligieron otros cinco trienios, de suerte
que fue Abadesa por espacio de 21 años. Con los 20 que fue en el Monasterio de
Zamora llegó a ser Abadesa 41 años.
En tan dilatado
gobierno como tuvo siempre, promovió la observancia de suerte que en la pérdida
de noticias de este tiempo puede ser de gran consuelo su vida, pues por ella se
puede fácilmente inferir quiénes eran religiosas que por estos años murieron
como hijas de su espíritu y como miembros de esta comunidad en tiempo de su
mayor fervor y de su más rígida disciplina. No se puede poner en duda quién la
promovió tan de veras en el Monasterio de Zamora y la "entabló" en el
de Salamanca y la aumentó en el de Gandía notablemente. Esta fue la razón de
por qué las religiosas la eligieron tantas veces Abadesa, pues si la eligieron
fue para que entendiese con cuidado muy solícito en los espíritus del
Monasterio.
Además de lo del
espíritu, debió esta santa casa de Gandía a la madre Sor Ana mucho en los
bienes y aumentos temporales. Tenía muchas limosnas con que le habían favorecido
sus deudos nobilísimos. Todas las empleó generosamente en ampliar el Monasterio
y la iglesia y en alhajarlos de ricos y costosos adornos. Aplicóse a ser
sacristana de la Virgen de la gracia y de su capilla y en dicha imagen y
capilla empleó muchos caudales.
Muerte de Sor Ana
Mientras se ocupaba es
estos ministerios con edificación de todas las religiosas y beneficio del
Monasterio la envió Dios la última enfermedad, que fue larga y muy penosa.
Padeció por espacio de muchos meses acerbísimos dolores; pero los toleró con
tanta paciencia, que se regalaba con ellos. En medio de éstos gobernaba desde
la cama el Monasterio, dando todas las disposiciones necesarias para consuelo
de sus amadas hijas como si estuviera en salud entera y anduviera por sus pies
toda la casa.
No la inquietaba ni
perturbaba el dolor crudo que padecía, ni fue capaz de sacar el menor suspiro,
antes, con gran alegría, bendecía y alababa al Señor en todo tiempo, porque se
dignaba juzgarla y purificarla de esta manera. Agravósele la enfermedad
notablemente y, conociendo la sierva de Dios que se le acababa la vida, recibió
los Santos Sacramentos estando muy en su sentido y con los sentimientos de
devoción y ternura propios de su piadosa vida y santidad.
Poco antes de morir se
acordó que acababa de cumplir el año del noviciado de Sor Úrsula Pons, a quien
ella había vestido el Santo Hábito y, pareciéndola que tenía consuelo de ello,
quiso darla profesión desde la cama. Diósela en efecto, hizo una plática llena
de espíritu y con toda erudición y doctrina de los Santos Padres, legando esta
última prenda de su amor a aquella religiosa.
Luego que concluyó esta
plática se recogió en sí para esperar la muerte. Poco después expiró con suma
tranquilidad y sosiego de ánimo el día diecinueve del mes de julio del año mil
seiscientos cuarenta y uno.
Era entonces la
venerable Madre Abadesa y contaba su sexto trienio; pero no lo concluyó,
porque, habiendo sido electa en catorce de abril de mil seiscientos cuarenta,
murió, como dejamos dicho, en el de mil seiscientos cuarenta y uno.
Y hoy desde el cielo
contemplará llena de gozo cómo sus hijas amadas custodian, viven y alaban a la
santísima Virgen, y a todo el pueblo zamorano, que, lleno de amor hacia Ella,
la visita con frecuencia y siempre implora su maternal protección.
¡Quiera Dios que por
nuestra devoción sincera a la Reina de los cielos, nos hagamos dignos de alabar
al Señor con ella en la gloria por los siglos sempiternos! Así sea.
De conformidad con los decretos de Urbano VIII y las decisiones de la
Santa Sede, declaramos no ser nuestro intento atribuir más autoridad que la
puramente humana al hecho que aquí hemos relatamos.
(F. Trancón)
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