lunes, 15 de septiembre de 2014

DATOS HISTÓRICOS SOBRE LA VIRGEN DEL TRÁNSITO EN EL CONVENTO DE LAS CLARISAS DE ZAMORA



La Imagen dormida de Zamora Ntra. Sra. del Tránsito
Historia de su convento y vida de la Fundadora Sor Ana de la Cruz
Ediciones Monte Casino (Benedictinas). Zamora (1981)

Entre sus joyas de arte y sus preciosos recuerdos de pasadas grandezas, la antigua ciudad de Zamora con­serva una alhaja de inestimable valor, un regalo del cielo, que es el mayor tesoro de los nobles zamoranos: la mila­grosa Imagen de Nuestra Señora del Tránsito.
Hace ya más de tres siglos que se venera en el Convento de clarisas del Corpus Christi. Su historia la encontramos en los antiguos libros y pergaminos del Convento, tal como la vamos a referir, dando a la vez una breve descripción de la vida de la Santa Fundadora, que mereció ser premiada con este tesoro del cielo, que tantas bendiciones derrama sobre el pueblo zamora­no desde su amado Convento.
A fines del siglo, una noble señora, doña Ana Osorio de Rivera, se propuso transformar su palacio en casa del Señor, y con ayuda del Concejo y del vecindario, hizo labrar un claustro destinado a religiosas franciscanas, fundación muy deseada por el devoto pueblo  zamorano.

De Gandía habían de venir las fundadoras.

La elegida de la Providencia para llevar a cabo la santa empresa fue una nieta de San Francisco de Borja, Sor Ana de la Cruz, hija de los duques de Gandía. Más ilustre por sus vir­tudes y talentos, dice la crónica, que por su esclarecida alcurnia.
Con el nombre de esta primera Priora está íntimamente ligada la hermosa tradición del milagro.
La Madre Ana, recordaba con añoranza la devota imagen de la Virgen del Tránsito de las Descalzas de Gandía, protecto­ra y consuelo de aquella comunidad; tenía vehementes deseos de poseer otra semejante para su nuevo convento. Pero la esca­sez de medios, la penuria propia de una fundación reciente, se lo impedía. Llena de dolor encomendó el asunto a la oración y no comunicó sus anhelos más que a sus religiosas, que por cier­to compartían su misma aspiración. Nadie más se enteró del asunto.
Cuenta el libro más antiguo de la Comunidad el sorpren­dente suceso acaecido en el Monasterio el día 2 de mayo de 1619, y de allí tomamos estas notas.
Serían las ocho de la mañana, hora en que las monjas tenían la oración. Sor Petronila, la tornera, oyó que llamaban al torno. Al preguntar quién llamaba, le contestaron:
—Somos dos jóvenes romeros que venimos de Compostela y pedimos urgentemente hablar con la Madre Priora.
La tornera llevó el recado al coro.
Acudió sor Ana de la Cruz y con religiosa cortesía les salu­do diciendo:
— ¿Qué desean los tristes peregrinos del silencio de esta pací­fica mansión?
—Reverenda Madre, ha llegado a nuestros oídos la noticia de la santa ambición que os inquieta. Sabemos vuestro anhelo de poseer una imagen de María Santísima en su glorioso tránsito, y venimos dispuestos a hacerla tan hermosa que llegue a ser el pasmo de las futuras generaciones.
¿Cómo puede ser eso? —exclama sorprendida la Priora... ¿Cómo habéis desenvuelto los pliegues de mi pensamiento?
—Vuestro pensamiento ha burlado el espesor de los muros del convento...
Y con voz dulce y agradable, añadió el desconocido joven: —Somos diestros, dejad recelos y poseeréis lo que tanto deseáis...
No es para descrita la sorpresa de la Madre Ana. ¿Cómo podía haber llegado su devota aspiración hasta aquellos foras­teros venidos de tierras extrañas y del todo desconocidos?
Si grande era su maravilla ante aquel misterio indescifrable, no era menos grande el compromiso en que se veía su pobreza, siendo tan extrema la penuria del Monasterio.
—Pero ¿cómo he de apreciar vuestro trabajo —insistió la Priora— si somos tan pobres? ¿En cuánto apreciáis vuestra obra?
—Gracia haremos; no somos avaros. Nuestro afán será llenar vuestro gusto .Y nada quisieron ajustar hasta que la obra estu­viese terminada. Sólo pidieron un favor, puesto que eran des­conocidos en la ciudad, que se les concediese una estancia den­tro de la clausura para poder trabajar.
Usando de la licencia que se concede a los obreros conven­tuales, no se puso inconveniente. Quedó a disposición de los romeros una espaciosa sala y dos religiosas encargadas de acompañarles. Ellos rogaron que les dejasen solos, que cerra­sen la puerta por fuera y no volvieran hasta que llamasen.
Así transcurrieron las horas, desde las ocho de la mañana hasta las cinco de la tarde. Extrañadas las religiosas de que en tanto tiempo no diesen los forasteros señales de vida, acudieron temerosas, llevándoles algún alimento.
No se oía ningún ruido; nadie contestaba a las llamadas. Sor Ana de la Cruz se decide a abrir la puerta y... ¡oh prodigio sor­prendente! Los romeros han desaparecido y en cambio se encuentran con una soberana imagen, tan hermosa, tan celes­tial, que sólo los espíritus bienaventurados pudieran concebir así la belleza sobrehumana de la Reina de los cielos.
Acudió toda la Comunidad a contemplar y venerar entre cánticos de alabanzas a la milagrosa imagen de Nuestra Señora del Tránsito. El asombro, el gozo, el agradecimiento, colmaba sus corazones.
Entretanto, nadie podía dar razón de los presuntos romeros de Compostela; nadie volvía a ver las huellas de los imagineros peregrinos. No cabía duda de que aquellos artífices no eran de la tierra, ¡que habían bajado al convento los mismos espíritus angélicos! 1.
La humildísima Madre Ana reunió a sus monjas y les pidió guardasen silencio sobre el prodigio. La providencia de Dios lo descubriría cuando viniese.
Se guardó absoluta reserva. Pero al cabo de tres días una multitud de zamoranos llegó a las puertas del convento solici­tando les fuera enseñada la imagen de Nuestra Señora. De toda la comarca habían acudido devotos, enfermos y atribulados, en busca de la Virgen de los peregrinos.
Las religiosas tuvieron que acceder, el espontáneo afán de estas buenas gentes era clara señal de la voluntad divina. Y cuenta la tradición que aquel día Nuestra Señora del Tránsito obró grandes milagros y dejó caer copiosas bendiciones sobre Zamora y sus contornos.
Han pasado más de tres siglos desde el día del maravilloso suceso; tres siglos durante los cuales no se ha enfriado la devo­ción de las generaciones hacia la que sigue llamando Madre y Reina de Zamora, pese al materialismo e impiedad de los tiem­pos. El hecho es que cada año la ciudad entera sigue acudiendo con devoción extraordinaria a postrarse durante nueve días ante la sublime efigie labrada por aquellos viajeros desconocidos
 Y la Virgen, ahora como antaño, sigue premiando la fe y el homenaje de sus devotos con extraordinarios favores.
Dejó escrita la maravillosa historia de Nuestra Señora del Tránsito una de las compañeras de la Fundadora, llamada Sor María de la Cruz, testigo presencial del prodigio.
La priora, poco tiempo después de la magnífica respuesta del cielo a sus fervorosas oraciones, fue reclamada por su anti­guo convento de Gandía y pasó por el dolor de separarse de su Tesoro, del hechizo del convento, que era su amada imagen del Tránsito. En su tierra la esperaban para elegirla Abadesa, y lo fue hasta el resto de sus días. Murió en olor de santidad en el año 1641.
Han pasado los siglos sin dejar huellas sobre la impondera­ble belleza de la Virgen Dormida. Se conserva tan hermosa como el primer día.
Las revoluciones y hasta la invasión de los franceses la han respetado. Cuentan las crónicas que durante el saqueo de las tropas napoleónicas, unos cuantos soldados penetraron en el convento en busca de las alhajas de Nuestra Señora. Amedrentadas las religiosas, les dejaron libre el paso, pero al llegar junto a la capilla súbitamente se volvieron, diciendo: "Aquí no, vámonos", y se retiraron sin tocar nada.
Hasta el año 1750 se veneró la imagen en la propia sala donde la dejaron los peregrinos. Entonces fue trasladada a una capilla de la iglesia conventual. Y en 1899 se colocó junto al presbiterio en un magnífico camarín iluminado por grandes ventanales.
De tarde en tarde ha salido de la clausura, paseando triun­falmente por las calles de Zamora. En épocas de epidemia y de públicas calamidades, el pueblo, presidido por el Prelado, la ha sacado en procesión de rogativas, como sucedió en 1885 y en 1918, implorando su valimiento contra la cólera y la gripe.
Otras veces ha salido para recibir los homenajes de la devo­ción zamorana. En 1747, para celebrar la construcción de su nueva capilla, el principal número de los festejos públicos que se organizaron en honor de Nuestra Madre, la Virgen Santísima del Tránsito, fue el desfile procesional de la imagen por las calles. Con motivo de las obras del nuevo camarín, en 1897, entró en hombros de sacerdotes al interior del convento, y luego fue paseada por la población. Para celebrar, en 1919, el tercer centenario de su aparición, en medio de explosiones dé entusiasmo popular se celebraron grandes fiestas. En 1930, conmemorando el XV centenario del concilio de Éfeso, fue lle­vada a la Catedral para dedicarle un solemne novenario. En 1939 recorrió en procesión, con gran entusiasmo de todos los zamoranos, las principales calles de nuestra ciudad, con motivo de las fiestas de la Paz, y en 1945 salió en procesión de rogati­vas, para alcanzar del Señor el agua para nuestros campos.
Nunca sale de la clausura nuestro amado tesoro, sin que derrame sus bendiciones sobre sus amados hijos zamoranos, que, confiados, vienen a cobijarse bajo su manto.
Estas manifestaciones colectivas de ardiente veneración prueban que no se ha enfriado el culto hacia la que cada zamo­rano considera su Madre. Fuego de amor filial que de genera­ción en generación se mantiene encendido en el seno de las familias honradas. Descastado sería quien tolerase el menor desdén hacia la que, en su sublime sueño, es perenne amparo de la ciudad castellana.
Piadoso viajero que vienes a Zamora: no dejes de ir a en comendarte  y a contemplar unos momentos el sagrado Tesoro de las Clarisas Descalzas. Quedarás subyugado ante aquella celes­tial hermosura, divinamente extática como la describió el poeta.

Dejáronnos tu imagen en un modesto lecho,
Destellos en tu frente brillando de candor,
Tus ojos entornados, tus manos sobre el pecho
Durmiendo dulce sueño en éxtasis de amor.
Y tal belleza encierra y encantos tu figura,
Que al cielo ha embelesado y es nuestra admiración.


Historia de su convento y vida de la fundadora de éste

Cómo se fundó el Convento del Corpus Christi de Zamora

La señora doña Ana Osorio —dice un antiguo docu­mento— mujer que fue de don Juan Carbajal, Caballero del Hábito de Santiago y vecino de la ciudad de Zamora, mandó por su último testamento, las casas de su morada y toda su hacienda, para que se fundase un Monasterio de Primera Regla de Santa Clara, que vulgarmente llaman Descalzas, y pidió con encarecimiento a los Señores condes de Alba y Aliste, que lo eran muy suyos, don Diego Enríquez de Toledo y doña María de Urrea, se sirviesen de imponer su autoridad, para que fuesen traídas a fundarle Religiosas de dicho Instituto, lo cual dichos señores procuraron con grandes veras y demostraciones a la devoción en que siem­pre se señalaron con el Hábito del Seráfico Padre San Francisco, pidiendo al Padre General de su orden, que a la sazón era fray Buenaventura Calatagirona, les diese para este efecto cuatro religiosas del Monasterio de Santa Clara de Gandía (que es el primero que se fundó en España de la primi­tiva Regla de Santa Clara y ha permanecido siempre en fama de rigurosa observancia y gran santidad).
El Padre General condescendiendo con tan piadosa peti­ción, dio su patente para que viniese por abadesa Sor Ana de la
Cruz, que a la sazón era Vicaria en sobredicho Monasterio de Gandía e hija de los duques de ella, y en su compañía Sor Beatriz del Espíritu Santo, Sor Vicencia de Jesús y Sor Juana de Jesús.
Sor Ana y sus compañeras salieron de Gandía a fines del año 1596, con dirección a Madrid, a donde llegaron en los pri­meros días del año siguiente, hospedándose en el convento de las Descalzas. Allí recibieron una novicia, a la que dieron el hábito el día 4 de enero de 1597, con el nombre de Inés de los Reyes, viniendo luego con las Madres a Zamora para fundar. Llegaron a la capital nuestra, el jueves 17 de enero del citado año de 1597.

Se refugian las fundadoras en el Convento de los Jerónimos

Un hecho imprevisto impidió a las religiosas llegar al recin­to de la ciudad tan pronto como era su deseo, pues al llegar al puente se encontraron con la imposibilidad de cruzarlo. El Duero había crecido de manera alarmante y hubieron de reco­gerse en "un convento de Padres Jerónimos", donde estuvieron cinco días, al cabo de los cuales pudieron pasar a tomar pose­sión del suyo, acto al que asistieron los Condes de Alba y de Aliste.
Cinco días después —el veintisiete de enero, domingo— die­ron el santo hábito a cinco nuevas novicias, que se llamaron Sor Isabel Magdalena, Sor Marina de la Cruz, Sor María Evangelista, Sor Inés de la Concepción y Sor Ángela Gabriela. En octubre del mismo año tomaba también el santo hábito otra novicia: Sor Clara Francisca. Todas ellas profesaron a su tiempo y ellas fueron la base fundamental de la santa comuni­dad del Corpus Christi.
En los primeros años tuvieron que hacer uso de algún ora­torio provisional, pues la iglesia no se terminó hasta el año de mil setecientos cinco, en el cual, por disposición de doña Ana Osorio en su testamento se trasladaron sus restos y los de su marido de la iglesia de San Ildefonso, donde estaban deposita­dos, y se colocaron en el sepulcro de piedra que en la pared de la capilla mayor existe, al lado del Evangelio.
Aún podemos leer limpiamente la inscripción a ellos dedi­cada sobre su tumba y apreciar su escudo de armas. La inscrip­ción dice así: "Aquí yace el buen Caballero don Juan de Carbajal, del Hábito de Santiago y su mujer la nobilísima seño­ra doña Ana de Osorio Rivera, de la ilustrísima familia de los marqueses de Astorga, fundadora de este Monasterio. Murió año de mil quinientos noventa y dos. Fueron trasladados sus huesos de la iglesia de San Ildefonso donde estaban deposita­dos, el año que la presente se acabó mil seiscientos cinco.

Los patronos del Convento

Por otra cláusula del testamento de la misma señora doña Ana Osorio, quedaron como patronos perpetuos de este Convento el Guardián de los Padres Franciscanos de esta ciu­dad, el Cabildo de la Santa Iglesia Catedral y el Prior del Convento de Santo Domingo, también de Zamora. Hoy, desa­parecidas dos de las congregaciones citadas, es único Patrono del Convento del Corpus Christi el ilustrísimo Cabildo del pri­mer templo diocesano.

Vida ejemplar de Sor Ana de la Cruz

Los siguientes datos nos los facilita la reverenda Madre Abadesa del Convento de Gandía, donde a los tres años de edad ingresó, para ser educada, la primera Abadesa del Convento del Corpus Christi de Zamora, sor Ana de la Cruz de Borja, a quien milagrosamente le fue entregada la imagen de
Nuestra Señora del Tránsito y por quien la ciudad la ha recibi­do.
Dicen así los documentos que llegan a nuestras manos:
"Después de haber perdido este Monasterio de Gandía tres Religiosas hijas de los excelentísimos señores duques de Gandía, muy recomendables por su virtud y que se llamaron Sor Isabel Magdalena, Sor Francisca y Sor Justa de la Cruz de Borja, cuyas memorias se perdieron, por haberlas quemado una Religiosa cocinera obedeciendo órdenes de la Prelada equivocadamente, pues no eran esos papeles los que dispuso se arrojaran al fuego, vino a esta Comunidad gran contento con las Madres Sor Ana y Sor Magdalena.
Cuando entró Sor Ana vivían Sor Juana Bautista y Sor Juana Evangelista, hermanas del padre de aquélla. Entraron también cinco hermanas de San Francisco de Borja, del que Sor Ana era nieta. Además fueron religiosas de este Monasterio su abuela, una tía con su hija más pequeña y muchas nietas, bis­nietas y primas, hasta el número de treinta y tres de la casa de Borja. Ingresó la primera en 1486 y la última en 1730. De todas se conserva relación de sus vidas en este Convento de Gandía, así como la de la hermana de San Francisco Javier, que murió aquí.
Detallando más, Sor Ana de la Cruz de Borja fue hija de los excelentísimos señores don Carlos de Borja (primogénito de San Francisco) y el primero de este nombre, y de doña Magdalena Centelles, duques de Gandía y condes de Oliva. Entró en este santo monasterio a la edad de tres años, junto con su hermana Magdalena de Jesús y Borja, que contaba cuatro. Sor Ana, como la más pequeña, sin conocer el bien que Dios le hacía, lloraba amargamente, asida al cuello de su tía doña Leonor de Noroña; más la M. Abadesa, que a la sazón lo era Sor Ana Ladrón, hija de los vizcondes de Chelva y hermana de don Francisco el Comendador, con gran cariño la consoló y se tranquilizó la niña.
Luego las dos hermanas empezaron a dar muestras de lo que habían de ser y de lo que habían de crecer en virtudes, ponien­do muy especial cuidado en aquellas en que sobresalían las Religiosas para imitarlas.
Cuando Sor Ana tenía cinco años y su hermanita Magdalena seis, la reverenda Madre Sor Ana de la Concepción, hija de don Sancho Artacho y de doña María Padilla Caballero, persona muy principal de Castilla, oyó, sin que las niñas lo reparasen, esta conversación:
Decía Sor Magdalena a Sor Ana: "Yo y tú somos las más grandes pecadoras que hay en casa, porque todas las religiosas están hechas unas santas. ¿No ves la humildad de ésta y la peni­tencia y mortificación de aquélla?". Así, comenzando desde la Madre Abadesa discurrían por todas y cada una admirando sus virtudes, que le eran propias con tanta verdad y tan al natural, que causaba maravilla.
Otras veces decía la misma Sor Magdalena a Sor Ana: Hermana, dame cuenta de cómo amas a Dios y de cómo le sir­ves. Hermana —le respondía Sor Ana— yo hago lo que puedo en servir y amar a Dios y quisiera amarle y servirle de todas veras.

Curiosísima anécdota de su vida

En cierta ocasión, estando las dos hermanas en ejercicios espirituales, que les guiaba la Religiosa que a su cargo las tenía, cantó un gallo, y yendo Sor Ana a una ventana para verle, se enojó mucho Sor Magdalena y le dijo: ¡Hermana, qué puesta y aficionada estás a las cosas de este engañoso mundo! dime ¿qué te ha de hacer un gallo a la hora de la muerte? Estamos tratan­do de servir a Dios en esta santa casa y te ocupas de esas niñe­rías, que no aprovechan para nada. Oyó Sor Ana la corrección con mucha mansedumbre y le respondió diciendo: tienes mucha razón, hermana mía, en lo que me dices, pero yo te doy palabra de que me enmendaré en adelante. ¡Hermosura de niñas que a los cinco y seis años ya estaban dotadas de tan claro entendimiento!

Virtudes y talento de Sor Ana

Con ser Sor Ana de tan tierna edad, fue ya desde entonces el imán de todas las Religiosas, pues la admiraban adornada de raras prendas de naturaleza y de gracia.
De los progresos que hizo en su niñez en todo género de ins­trucción ha quedado testimonio en las Memorias de este Real Monasterio, con huellas de precocidad increíbles. Antes de entrar en el Noviciado, sabía perfectamente la Gramática; le eran familiares los mejores libros latinos; entendía de las deli­cadezas de dicha lengua y la escribía y hablaba con la máxima perfección. Y aún fuera esto menos de admirar, si sólo se hubie­ra dado a este estudio, pero consta que ya entonces dedicaba la mejor parte del tiempo al de las Sagradas Escrituras, en cuyo conocimiento era muy inteligente. A este estudio unía el de los Santos Padres y así, al cumplir el año del Noviciado, había leído ya gran parte de las obras del venerable Padre Fray Nicolás de Lira.
Tenía Sor Ana una librería muy escogida y numerosa, en la que cifraba todos sus encantos. La había recibido del palacio de sus padres.
Más, aunque fue tanta la aplicación de Sor Ana en cultivar su entendimiento, mayor fue el cuidado en cultivar las virtudes del alma. Su noviciado no sirvió más que para perfeccionarse y conocer más sus obligaciones. Comunicaba frecuentemente con algunos siervos de Dios, muy doctos, las cosas de su espíri­tu y conversaba con ellos sobre algunas materias de perfección, a la que ordinariamente aspiraba. Cuantos la oían discurrir en semejantes asuntos quedaban atónitos al apreciar los dones que la Divina Providencia había depositado en aquella alma de tier­nos años.
Por tener de connovicia a su hermana Magdalena, no guar­daba con esta conversación alguna que pudiera excitarla el   recuerdo de la grandeza, regalos y conveniencias de su noble casa.
Siempre su conversación versaba sobre cosas de la vida eterna.
Habiendo terminado el año de probación, con un fervor espiritual que faltan palabras para ponderarlo debidamente, Sor Ana hizo su profesión religiosa en manos de la Reverenda Madre Sor María de los Ángeles y del Águila, natural de Ciudad Rodrigo. (Sus apellidos de Chaves y Sandoval dan a entender claramente el ascendente de la casa de esta religiosa). Al verse ya Sor Ana profesa y atada a su Dios con los lazos de los votos emprendió de nuevo y con más aliento la carrera de la perfección, como si entonces la comenzara. Diose más a la ora­ción y a la mortificación, de tal manera que a las religiosas les parecía una anacoreta venida del Yermo. En compostura exte­rior mostraba el recogimiento de su gran espíritu; en el silencio se extremaba, si es que puede haber extremos en las virtudes y, cuando había de hablar, sus palabras no eran menos edificantes que el silencio. Jamás —dice la Memoria de su vida— habló por hablar, ni de cosas impertinentes, antes bien, sus palabras eran siempre muy meditadas y a modo de sentencias. Decían las reli­giosas que la oían, que nunca de su conversación sacaban faltas sino nuevos y fervorosos deseos de servir a Dios muy cuidado­sas. Seguía en todo la vida común, sin admitir privilegios, aun en el acto más mínimo y de menor importancia, no obstante parecer a las Preladas que alguna dispensación podían otorgarla, debido a la nobleza de su linaje. Jamás faltó una hora a coro
Y era exactísima su puntualidad en asistir a los Maitines de media noche.
Conocían las Religiosas de Gandía que la Madre Sor Ana era el mayor lustre de su Monasterio, por sus sublimes prendas, así de gracia como de naturaleza, y tanto era el amor y venera­ción que la profesaban, que no se hallaron nunca satisfechas de verla súbdita con ellas. Tenían ilusión por colocarla en el can­delero de Preladas, para que las gobernase y dirigiera con la sabiduría de su talento y virtudes relevantes; pero lo estorbaba su falta de edad.

Sor Ana de la Cruz funda en Zamora

Surgió entonces la petición del P. General de la Orden Franciscana, Fray Buenaventura de Calatagirona, para que religiosas del Monasterio de Gandía vinieran a fundar en nues­tra capital.
Un breve del Nuncio de Su Santidad fue necesario para que Sor Ana de la Cruz de Borja pudiese ser nombrada Abadesa del Convento de Clarisas Franciscanas Descalzas de Zamora. Pidieron dispensa de edad las religiosas de la misma Orden de Gandía, a las que el Padre General dispuso enviaran a la ciudad nuestra varias de sus compañeras, para fundar el que hoy guar­da la imagen sagrada de Nuestra Señora del Tránsito. Contaba entonces Sor Ana 27 años de edad. A Zamora vino y del con­vento tomó posesión como Prelada fundadora el día 22 de enero de 1597.

Prelacía de Sor Ana

Dicen los documentos que copiamos "Jamás se arrepintie­ron las mismas Religiosas de haberla elegido Prelada, antes bien, en los 20 años que lo fue del Monasterio de Zamora, siem­pre las tuvo muy contentas. Mas, no es de extrañar, porque se
juntaron en esta venerable Madre cuantas prendas se pueden apetecer en una Prelada, y todas ellas se vieron puestas en obra desde el punto en que comenzó a gobernar el Monasterio zamorano. Fue su gobierno por todos los veinte años, pacífico, prudente y suave y no por eso menos eficaz, para conservar en sus súbditas las buenas costumbres e introducir en ellas otras nuevas. Iba en todo delante con el buen ejemplo y exhortaba a las religiosas más con las obras que con las palabras. Era celo­sísima de la observancia regular, que de todos modos procura­ba mantenerla en su viva fuerza. Todos sus favores eran para las más observantes y se tenía por prueba cierta de mayor religio­sidad el disfrutar de más acogida en la Abadesa. Procuraba Dios el celo de la venerable Madre de manera que en ningún tiempo estuvo más floreciente la disciplina Regular en los Monasterios de Zamora y de Gandía, que en los 41 años que los gobernó.
Hacía a menudo exhortaciones a la Comunidad, sirviéndose para ello de los textos de la Sagrada Escritura; explicaba con muchos y muy oportunos lugares de los Santos Padres, morali­zando al intento con mucho espíritu y sin afectación alguna. Nada se le echaba de menos en las pláticas, antes bien eran pie­zas que podían servir de norma a los oradores más perfectos.
Así, las religiosas que la oyeron en el convento de Gandía, como las que la acompañaron en las fundaciones de Zamora y Salamanca, no se cansaban de ponderar el espíritu y erudición con que hablaba en estas ocasiones. Decían que a dichas pláti­cas, a las que Sor Ana animaba con la ejemplaridad de su vida, atribuían las Religiosas la felicidad que en todas partes intro­dujo su presencia, sin rozar la más severa disciplina.

Sor Ana de la Cruz en Salamanca

Relajada la disciplina en el convento de Clarisas Franciscanas Descalzas de Salamanca, Sor Ana, por disposición del señor Nuncio de Su Santidad y del Ministro General de la Orden, hubo de trasladarse a la ciudad vecina. Tan provechosa fue su labor, que pudo pasado algún tiempo, regresar a Zamora, donde nuevamente siguió dando ejemplo de virtudes excelsas, sin fatigarse en continuar sus exhortaciones y pláticas frecuentes.
Para que nada desvirtúe el texto original que a nuestras manos llega, vamos a trascribirlo literalmente. Dice así:
"Sor Ana de la Cruz, desahogaba muchas veces con sus hijas el corazón diciéndolas: Que la única pena que tenía era no tener allí —en Zamora— una imagen de Nuestra Señora del Tránsito semejante a la que se había dejado en Gandía; porque el Monasterio no tenía posibilidad, por su mucha pobreza, ni tampoco en Zamora se podía hallar artífice que la sacase al vivo. Mas quiso Dios consolar a su Sierva pues estando un día en oración en el coro, como solía, explicando estas ansias a Dios Nuestro Señor, fue a llamarla una religiosa, llamada Sor Petronila, diciendo que la llamaban en el torno dos forasteros. Bajó la Madre Sor Ana, y preguntándoles por qué fin habían venido dichos forasteros, la respondieron, que tenían orden de cumplir su deseo y hacer una imagen de Nuestra Señora del Tránsito que fuese de su gusto, que no se afligiera de no tener posibles, porque se la harían de gracia".
"Maravillóse mucho la venerable Madre, creyendo que nadie, fuera del Monasterio, era sabedor de su deseo. Mostróles mucho aprecio y estimación del favor que le ofrecí­an los extranjeros, sin haber precedido mérito alguno de su parte para alcanzarlo. Suplicáronle les permitiese hacer la ima­gen dentro de una pieza del Monasterio que estuviese retirada
Imagen dormida de Zamora 21
Y sola y que las Religiosas escuchas quedaran fuera, por si algo hubiese menester".
"Otorgóles la venerable Madre con mucho gusto todo cuan­to la pidieron aquellos sujetos, al parecer hombres en realidad Ángeles, como se dirá luego".
Encerrándose, pues estos forasteros en la pieza que pidie­ron A LAS NUEVE HORAS DE LA MAÑANA DEL DÍA 2 DEL MES DE MAYO DEL AÑO DE 1619. LLEGADAS LAS CINCO DE LA TARDE Y OBSERVANDO LAS RELIGIOSAS QUE ELLOS NO PEDÍAN COSA ALGUNA NI SE LES OÍAN GOLPES EN LA ESTANCIA DONDE ESTA­BAN, LLAMARON MUCHAS VECES A LA PUERTA Y, COMO NO LAS RESPONDIESEN, SE DETERMINARON A ENTRAR DENTRO DE LA PIEZA. Más no hallaron en ella hombre alguno sino una imagen hermosísima de la Reina del Cielo. Dieron parte a la Madre Sor Ana, que experimentando suceso tan milagroso, llena de admi­ración y gozo, dio las gracias a Dios, pues se dignó favorecerla en tan singular fineza.
Poco después fue al Monasterio mucho pueblo, así de la ciu­dad de Zamora como de los lugares circunvecinos, pidiendo se les mostrase la Santa Imagen de Nuestra Señora del Tránsito, que habían hecho los Ángeles. Cada día era más numeroso el concurso que acudía a ver a la soberana Imagen, hasta que, para satisfacer a la devoción de aquellas gentes, se hizo una capilla con rejas en la iglesia, donde se colocó aquel sagrado simulacro de la Reina de los Ángeles en el año pasado de mil setecientos cuarenta y siete, día tres de noviembre del mismo año.

Sor Ana de la Cruz vuelve a Gandía

Después de este milagroso favor del Cielo —sigue diciendo el documento que transcribimos— se hallaba la Sierva del Señor gustosísima en su Monasterio de la mencionada ciudad de Zamora: pero sus sobrinos, los excelentísimos señores Duques de Gandía, como también las Religiosas del Santo Monasterio de dicha ciudad, no pudiendo acostumbrarse a carecer de su venerable persona más tiempo del que ya se habían privado, instaron apretadamente unos y otras a que viniese a este Monasterio de Gandía. No pudo excusarse petición tan justa y, condescendiendo ella, hubo de restituirse a esta Santa Casa, como luego veremos.

Despedida de Sor Ana de su Virgen amada

He aquí sus palabras, que alguna religiosa debió recoger e interpretar:
"¿Es posible, dulce Madre de Dios y Madre del alma, que esté nuestra separación decretada por vuestro Santísimo Hijo? ¿Por qué no me deja morir tranquila en esta morada que Vos embellecéis? ¿Cómo vivir sin vos, luz de mis ojos, alegría de mi alma, consuelo de mi corazón?
¡Santos muros, guardad avaros el inapreciable tesoro que custodias! ¡Palomas del campo, gemidos del viento, raudales del Duero, cantad las glorias de la Madre mía! ¡Cuán dichosas sois en no separaros de ella!
Terminada su oración, nuestra afligida Madre, después de haber abrazado a sus menos desconsoladas hijas, partió para el convento de Gandía en compañía de la Madre Juana de Jesús, que era a la sazón su Vicaria, el día 14 de septiembre del año 1619, quedando formada en Zamora una comunidad religiosa observantísima.

Prelacía de Sor Ana de la Cruz en Gandía

Prosigamos ahora con el documento que del Monasterio de Gandía transcribíamos:
Comienza ratificando que Sor Ana de la Cruz salió de Zamora en el año 1619 y, "habiendo llegado a este Monasterio con prosperidad, prosigue el mismo tenor de religiosa obser­vancia, siendo el modelo que se proponían las demás religiosas. Pusieron en ella sus ojos para elegirla por Prelada y, habiendo concluido el oficio de su segundo trienio la Rvda. Madre Sor Luisa Pérez de Valencia el año 1620 por el mes de noviembre, eligieron como su Abadesa a la venerable Madre Sor Ana de la Cruz y Borja. Y después de este trienio la eligieron otros cinco trienios, de suerte que fue Abadesa por espacio de 21 años. Con los 20 que fue en el Monasterio de Zamora llegó a ser Abadesa 41 años.
En tan dilatado gobierno como tuvo siempre, promovió la observancia de suerte que en la pérdida de noticias de este tiempo puede ser de gran consuelo su vida, pues por ella se puede fácilmente inferir quiénes eran religiosas que por estos años murieron como hijas de su espíritu y como miembros de esta comunidad en tiempo de su mayor fervor y de su más rígi­da disciplina. No se puede poner en duda quién la promovió tan de veras en el Monasterio de Zamora y la "entabló" en el de Salamanca y la aumentó en el de Gandía notablemente. Esta fue la razón de por qué las religiosas la eligieron tantas veces Abadesa, pues si la eligieron fue para que entendiese con cui­dado muy solícito en los espíritus del Monasterio.
Además de lo del espíritu, debió esta santa casa de Gandía a la madre Sor Ana mucho en los bienes y aumentos tempora­les. Tenía muchas limosnas con que le habían favorecido sus deudos nobilísimos. Todas las empleó generosamente en ampliar el Monasterio y la iglesia y en alhajarlos de ricos y cos­tosos adornos. Aplicóse a ser sacristana de la Virgen de la gra­cia y de su capilla y en dicha imagen y capilla empleó muchos caudales.

Muerte de Sor Ana

Mientras se ocupaba es estos ministerios con edificación de todas las religiosas y beneficio del Monasterio la envió Dios la última enfermedad, que fue larga y muy penosa. Padeció por espacio de muchos meses acerbísimos dolores; pero los toleró con tanta paciencia, que se regalaba con ellos. En medio de éstos gobernaba desde la cama el Monasterio, dando todas las disposiciones necesarias para consuelo de sus amadas hijas como si estuviera en salud entera y anduviera por sus pies toda la casa.
No la inquietaba ni perturbaba el dolor crudo que padecía, ni fue capaz de sacar el menor suspiro, antes, con gran alegría, bendecía y alababa al Señor en todo tiempo, porque se digna­ba juzgarla y purificarla de esta manera. Agravósele la enfer­medad notablemente y, conociendo la sierva de Dios que se le acababa la vida, recibió los Santos Sacramentos estando muy en su sentido y con los sentimientos de devoción y ternura pro­pios de su piadosa vida y santidad.
Poco antes de morir se acordó que acababa de cumplir el año del noviciado de Sor Úrsula Pons, a quien ella había vesti­do el Santo Hábito y, pareciéndola que tenía consuelo de ello, quiso darla profesión desde la cama. Diósela en efecto, hizo una plática llena de espíritu y con toda erudición y doctrina de los Santos Padres, legando esta última prenda de su amor a aquella religiosa.
Luego que concluyó esta plática se recogió en sí para espe­rar la muerte. Poco después expiró con suma tranquilidad y sosiego de ánimo el día diecinueve del mes de julio del año mil seiscientos cuarenta y uno.
Era entonces la venerable Madre Abadesa y contaba su sexto trienio; pero no lo concluyó, porque, habiendo sido electa en catorce de abril de mil seiscientos cuarenta, murió, como dejamos dicho, en el de mil seiscientos cuarenta y uno.
Y hoy desde el cielo contemplará llena de gozo cómo sus hijas amadas custodian, viven y alaban a la santísima Virgen, y a todo el pueblo zamorano, que, lleno de amor hacia Ella, la visita con frecuencia y siempre implora su maternal protección.
¡Quiera Dios que por nuestra devoción sincera a la Reina de los cielos, nos hagamos dignos de alabar al Señor con ella en la gloria por los siglos sempiternos! Así sea.


De conformidad con los decretos de Urbano VIII y las decisiones de la Santa Sede, declaramos no ser nuestro intento atribuir más autoridad que la puramente humana al hecho que aquí hemos relatamos.










(F. Trancón)

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