Se muestra un belén exterior realizado por David Gómez (Villarrín de Campos). Las piezas están realizadas en cemento
Este blog que presentamos como compendio de “Textos e imágenes de Villarrín de Campos” constituye un acercamiento lleno de sensibilidad a una realidad de formas, figuras, hechos, sentimientos.......
lunes, 21 de diciembre de 2020
domingo, 13 de diciembre de 2020
martes, 8 de diciembre de 2020
AVES ESTEPARIAS VILLARRÍN DE CAMPOS: LA PERDIZ 08
Más
allá de una modesta alameda de chopos olvidados, furtivos en un rincón del
páramo, emerge en silencio entre hojarasca vieja y tierra removida, un hilo de agua, hebra húmeda que
horada con tesón raíces ocultas y se
desliza con ahínco hacia un claro formando un charco, laguna diminuta, alivio
de la sed y oasis temporal para aves y
animales del erial.
En este rincón donde la oscuridad y la luz se reparten una tenue claridad, se pasea una perdiz. Orgullosa dama vestida de plumas brillantes con el primor de una princesa. Eleva al aire el canto de su alegría, empujando con delicadeza su numerosa familia que corretea entre las pequeñas dunas de tierra ocre. Se alejan reflejando el color jaspeado de sus plumas en los tallos de las espigas, estrenando su libertad en los campos del raso.
Fuera
de los refugios, la bóveda perfumada del
cielo azul oscuro casi inmaculado contempla el trasiego de sus patas, sorteando
guijarros, alargando sus picos en busca de grano de trigo añejo sepultado en la
tierra áspera. Mira con insistencia a sus polluelos, emite un sonido apenas
audible y se congregan junto a la madre protectora, siguiendo su ruta con
saltos infantiles.
Escucho
el canto de la perdiz cerca de las lomas azuladas donde nace el viento, extendiéndose
como soplo divino por la llanura, me acerco presuroso al reclamo de su llamada,
pero cuando llego al lugar de los sonidos, ella no está. Más allá se produce
otra llamada y después otra y otra. Pienso que la perdiz es un ave misteriosa
que se oculta entre los pliegues de alguna nube invisible.
El
aire primaveral pierde la humedad caliente, el perfume de los chopos es esencia
sin olor, la perdiz intuye que la alegría sucumbe al temor. Sus ojos miran al
cielo agradeciendo el regalo de la luz, pero ya sin brillo. Sus polluelos han
abandonado el nido agreste junto a los carrizos sin agua.
Ruidos
extraños estremecen la estepa, se acerca el galgo perdiguero husmeando entre
los terrones oscuros, en busca de la presa, marcando el lugar donde el amo
cruel decidirá el final de esta entrañable ave con la carga mortífera de sus
armas de hierro.
La
perdiz intuyendo su trágico destino se oculta entre las sombras rojizas de la tierra, fundiéndose en la quietud de
los surcos olvidados, donde sólo se adivina su silueta liviana.
Aún
tiene tiempo de contemplar el sol y ver tal vez en su última jornada cómo por oriente se enrojece el pálido
resplandor de una aurora de luz joven, cuajada entre las nubes que crecen en las
crestas calcinadas de los oteros y sobre ella, sobrevolando una bandada de
perdices. Alza el pico y emite un breve sonido, es un adiós, sabe que en aquel
juvenil grupo de aves, van sus polluelos.