La historia confirma que
para la política siempre hay que tener buenas tragaderas
ÁNGEL ALONSO PRIETO (La Opinión
de Zamora) (11/10/2016)
El autor de este artículo es de Villarrín y colabora con este BLOG
Sabíamos que Castilla era tierra de
"cantos y santos" y no tanto de conjuraciones, como la que se tramó
para "inutilizar" recientemente al último líder político de
primarias. Pero la tierra castellana ya fue testigo de muchas maquinaciones
para darle al contrario el matarile, real o virtual. Si de lo segundo hablamos,
recordemos la famosa "Farsa de Ávila" (1465) donde se hace un
destronamiento simbólico-burlesco, por parte de nobles levantiscos, sobre un
muñeco con la efigie real ( Enrique IV) lanzando todo tipo de
improperios y maldiciones: "Muere puto!", se llegó a oír en medio de
la astracanada pública. Al débil monarca ya le habían zarandeado bastante y no
pararon hasta quitar la silla y la vida a su valido don Álvaro de Luna:
amigo y puede que amante del rey (displásico eunucoide, en palabras del doctor Marañón).
No hace falta aclarar que en todo el proceso tragicómico del que hablamos
brillaron por su ausencia los intereses generales del bien común frente a los
particulares y nobiliarios.
Ahora que Toro está de "bendita" actualidad con la magnífica muestra de AQVA, conviene recordar, al hilo de destronamientos, que allí fue a parar, desterrado, el conde duque de Olivares, aquel brioso jinete, retratado por Velázquez y descrito también en su auge y caída por Marañón. El conde tuvo la mala suerte de andar sobrado de poder, de rivales (Richelieu) y no digamos de enemigos que fueron los que le mandaron con viento fresco a la villa de "los templos y huertos" para purgar sus culpas y redimir los pecados... políticos, que acabaron por llevarle a la tumba.
Ahora que Toro está de "bendita" actualidad con la magnífica muestra de AQVA, conviene recordar, al hilo de destronamientos, que allí fue a parar, desterrado, el conde duque de Olivares, aquel brioso jinete, retratado por Velázquez y descrito también en su auge y caída por Marañón. El conde tuvo la mala suerte de andar sobrado de poder, de rivales (Richelieu) y no digamos de enemigos que fueron los que le mandaron con viento fresco a la villa de "los templos y huertos" para purgar sus culpas y redimir los pecados... políticos, que acabaron por llevarle a la tumba.
Menos
traumático fue otro hecho en 1506, conocido como la "Concordia de
Villafáfila": Por caminos donde un servidor, de niño anduvo corriendo
perdices y buscando nidos de patos, se encontraron Fernando el Católico y
su yerno Felipe el Hermoso, para "inutilizar" como reina
a Juana La Loca. Felipe se haría cargo del gobierno de Castilla y
Fernando se retiraba a sus dominios de Aragón. La Concordia (bonito nombre) fue
ratificada al día siguiente en Benavente. Felipe el Hermoso - podía haber
pasado también a la historia como " el breve"- no tardó en morir
después del sofocón tras una cacería. Y breve le hubiera gustado reinar al
malhadado Enrique IV que antes de morir envenenado ya dejó
dicho, "Naciera yo de un labrador y fuera fraile de Abrojo (mejor) que rey
de Castilla". Un trucha envenenada confirmó los malos augurios y peores
pesares que le atormentaron.
Para la política siempre hay que tener buenas tragaderas.
Aunque a la larga... da igual si en vez de encontrarte la perla en la ostra te sirven una trucha que te comes con el anzuelo dentro.
En Villafáfila no hay truchas sino carpas. Se ignora si los mencionados magnates celebraron con ellas o con marisco de pocilga la firma de La Concordia. Lo que seguro no faltó fue vino de Toro.
Para la política siempre hay que tener buenas tragaderas.
Aunque a la larga... da igual si en vez de encontrarte la perla en la ostra te sirven una trucha que te comes con el anzuelo dentro.
En Villafáfila no hay truchas sino carpas. Se ignora si los mencionados magnates celebraron con ellas o con marisco de pocilga la firma de La Concordia. Lo que seguro no faltó fue vino de Toro.
No hay comentarios:
Publicar un comentario