(Texto e imágenes: P. Trancón)
PAJARES DE LA LAMPREANA(2012) (Zamora)
Una
rogativa en la Tierra del Pan
(Artículo
publicado en el “ El Correo de Zamora” el 20-04-1945 y reeditado
el 15 –09- 2005, en el periódico “La Opinión” de Zamora.)
Magnífico en verdad, magnífico y grandioso fue el aspecto que ofreció
Pajares de la Lampreana, ¡Mí Pajares! El día 19 de Abril de 1945, cuando
diez pueblos de la noble y españolísima
tierra del PAN, a lo largo y a lo ancho de los campos y praderas, portaban
procesionalmente las imágenes del Bendito Cristo de la Misericordia y la tan
venerada Virgen del Templo, Nuestra Señora.
Abigarrada multitud, precedida de sus cruces parroquiales respectivas,
imploraban del Cielo el beneficio de la lluvia, y sus cantos ingenuos y sus
oraciones fervientes y sus gritos plañideros tenían una como idea central:
eje de todas las demás ideas: “ Bendito
Cristo de la Misericordia, ¡ Virgen
del Templo!. Ampáranos, envía pronto agua sobre estos campos que los ganados se
nos mueren por falta de pastos; los trigos se nos secan por falta de riego; la
langosta amenaza temible y después, el hambre y la peste asolará nuestros
hogares y la nación entera ”. Alrededor de esta idea madre, giraban los típicos
“ ramos ” que Villarrín, Villalba y Pajares y todos los demás pueblos allí
reunidos entonaban en honor de la Reina del Cielo. Sublime fue ciertamente y
maravilloso el espectáculo.
Emocionante el momento de salir la imagen de Jesús Crucificado. Desde
1918, el año fatídico en que la gripe colmó de luto los hogares españoles, no
había vuelto a ver el sol este bendito Cristo, y ahora como entonces lo hacía
para remediar una calamidad pública. Fue un momento de inenarrable patetismo.
Al trasponer el dintel de la puerta del templo, cuando el que esto escribe,
siguiendo una tradición familiar, que a siglos se remonta, cargaba agobiado
bajo el peso de las andas de la imagen amada los vecinos, todos de Pajares,
hasta los tullidos en la calle de rodillas, con el alma y el corazón puestos en
la garganta gritaban implorantes: “Cristo Bendito de la Misericordia, ten
piedad de nosotros y de España”. Y gritaban como siempre las mujeres,
convertida la FE, en torrentes de palabras, de súplicas y de sollozos. Y los
hombres maduros de atezado semblante sacrificados en las rudas faenas del campo,
la piel curtida por los aires de todos los horizontes, a voz en grito, voz
gutural de angustia, trémula por la emoción y con el entusiasmo del creyente
que solo de Dios espera el remedio, suplicaban también mientras las lágrimas
incontenibles ya, abrasaban sus apergaminados rostros morenos.
Y enseguida la Virgen del Templo, la Madre y Patrona de ésta mi Tierra,
en parte la TIERRA DEL PAN, de la Hospitalidad y de la Hidalguía, la del
Patriotismo y de la FE mariana por excelencia. Y entonces los corazones de los
hombres se desbordaron. Los vítores, las súplicas y las plegarías a gritos
hacían temblar a quienes no estamos acostumbrados a ver la FE “salir” por los
ojos y por los labios que así son las gentes de mi Tierra, que como niños saben
llorar y en las epopeyas patrias (1936 está bien reciente), saben ser los
primeros en escribir con sangre los gestos magníficos de las altas decisiones
varoniles.
Y la procesión marchaba interminable; Piedrahita, Cerecinos, San
Cebrián, Riego, Fontanillas, Arquillinos, Manganeses, Villalba y Villarrín, a
Pajares se unían en los mismos gritos de angustia. Banderas, Pendones,
Estandartes flameaban gallardos por los caminos polvorientos y por las praderas
resecas. Millares de personas y algunas como los penitentes de Villarrín,
envueltos en níveas túnicas con caperuzas siglo XV, los pies descalzos, pisaban
estoicos las pedregosas y ásperas sendas, cantando sin interrupción,
incansables y esperanzados.
Como electrizados, los aires se estremecen y los árboles y los guijarros
parecían participar de aquel hondo fervor y de aquel entusiasmo. Tiernas
criaturas, que en otra situación se
hubiesen fatigado animosos adelante siguen, cayendo aquí y allá, en las mil
zanjas y asperezas del terreno. Y los jóvenes fuertes como robles, firmes como
su FE y duros como la reja de sus arados se disputan como un honor, el trabajo
de cargar con sus pesadísimas imágenes. Y los viejecitos, que caminar podían
apenas, del brazo del hijo robusto y del nieto adolescente siguen impávidos la
ruta del fervor y sus pies maltrechos parecen galvanizarse al contacto
espiritual de aquel ambiente saturado de mortificación y de plegaria.
El reloj campesino marca la una.
Un sol de justicia martiriza nuestros pobres cuerpos inundado de fuego
los cerebros y de sudor bañando nuestras frentes, pero nadie abandona su puesto
(en el sacrificio se halla el mérito), y los campesinos lo mismo que los que en
la ciudad vivimos menos acostumbrados al esfuerzo y a la fatiga física, vamos
unidos, al mismo fervor, animados por el mismo deseo y estimulados por la misma
ardiente y ciega esperanza. “ Agua, Virgen del Templo que de no haber cosecha
nos moriremos de hambre, pero también perecerán y pronto que nosotros, los que
blandamente en la ciudad viven distraídos sin recordar apenas los trabajos, los
dolores, las estrecheces del campesino que para todos trabaja con la sola ayuda
de Dios “.
Y en esta ocasión” como siempre que España sufre, como siempre que
España se ahoga”, es la Virgen a fin de cuentas la que nos saca de apuros. Por
eso como hijos suyos “hijos de sus dolores, nacidos entre sus lágrimas” a Ella
acudimos como lo han hecho estos diez pueblos enfervorizados.
“ A pedir agua venimos
Virgen y Madre de Dios ”
“ A pedir agua venimos
La Paz y la Salvación “
Ingenua y sencilla letra ¡ Maria
Franciscana! ¡ Mujer al fin!. La compuso más bien con el corazón que con la
cabeza, compendia todo cuanto en esta ocasión memorable se pedía.
AGUA, que es el pan de cada día. El sustento imprescindible, y diario de
todos, que es la prosperidad de la Patria, que es la Caridad para remediar al
pobre, que es en suma la base de la vida privada y pública. Y no obstante la
aflicción que los campesinos sufren con ese amplio y generoso y castellano
espíritu que informan los fuertes hijos de mi noble tierra, no se olvidan de
que otros pueblos desconocidos sufren,
también por ellos piden (al prójimo como a ti mismo), piden la PAZ, la
anhelada paz, la tranquilidad, el sosiego, la terminación de esta espantable y
terrorífica guerra que ha probado, bien a las claras el fracaso total y
absoluto de todas las doctrinas racionalistas, panteístas y materialistas,
erradas filosofías, cuyo fuego devastador atizó sin duda Satanás para pulverizar a Europa entre
escombro humeantes en un caos de ruinas salpicadas con la sangre inocente de
millones de criaturas, para demostrarnos que es preciso, indeclinable y urgente
tornar a Dios, porque si EL que es todo bondad, nos vuelve, al parecer la
espalda es, sin duda, porque antes se la hemos vuelto nosotros. Rectifiquemos
pues, para que venga la SALVACIÓN que como colofón y remate de la plegaria,
pedíamos a Nuestra Señora.
Que Ella nos escuche y por su mediación descienda sobre los campos
sedientos y las praderas calcinadas, el agua mansa y abundante y al mismo
tiempo fertilice los corazones secos también, para que en ellos florezca la FE
que a la CRUZ conduce como único faro que puede iluminarnos en nuestro fatigoso
caminar por la vida hacia el BIEN perfecto y hacia la VERDAD absoluta.
El
Voto de Pajares
“Un hermano de la Vera Cruz”, firma el
siguiente articulo, relacionado con el “Día de Pajares”, en la Revista
“Campos”, abril de 1945, Villarrín de Campos.
El año 1743, además de la
sequía, otra calamidad asolaba las
tierras zamoranas, la langosta. Los vecinos de Pajares acudieron al Cabildo
Catedral de Zamora, que allí cobraba los diezmos de las tierras y tenía otras
posesiones, paneras, pajares, en demanda de auxilio, contra la citada plaga. El
Cabildo zamorano les recibió muy dignamente y les ordenó citasen a los pueblos
de todas las tierras del pan, Moreruela y Salado para una magna reunión en sus casas de la dehesa de Salamedia el día
28 de abril de aquel año de 1783. Allí se reunieron los comisionados de los
pueblos citados, una comisión de los Monjes Bernardos del convento de Moreruela
que tenía diversas propiedades en los pueblos de la región y la anunciada
representación del cabildo de la catedral de Zamora. Acordaron celebrar un
solemnísimo novenario a la Virgen del Templo que empezaría el 4 de mayo
siguiente, novenario que correría a cargo del pueblo de Pajares, pero cada uno
de los pueblos, por suerte, acudiría un día en procesión de rogativas,
celebraría la misa en el Altar de la Virgen, con sermón, y luego haría la
bendición de los campos con la oración
contra la langosta. Los dos últimos días se reservarían para los Monjes de
Moreruela y para el cabildo de la catedral de Zamora. Al pueblo de Villarrín le
correspondió el día 8 de mayo.
Fue tal la devoción de
los pueblos y tales fueron las súplicas que dirigieron a la Santísima Virgen
que al segundo día de empezar la novena, la langosta huyó sin hacer daño a los
montes de Quintos y las Mangas donde murió hacinada en grandes parvones.
El pueblo de Villarrín ha continuado sin interrupción a
través de dos siglos cumpliendo el voto que
sus antepasados formularon a la
Santísima Virgen del Templo el día 8 de mayo de 1743. Los cofrades de la Vera
Cruz se reunieron aquel mismo año en cabildo general y acordaron añadir un
artículo a sus estatutos, el que declara obligatorio asistir a la procesión del
día de Pajares, vistiendo su túnica los hermanos en Fátimas a dos kilómetros de
Pajares y desde allí, descalzos y el rosario en sus manos hasta la Ermita de
Nuestra Señora del Templo. Ni un solo año han dejado incumplido este artículo
de sus estatutos los hermanos de la Vera Cruz desde el año 1743, ni aún el frío o la nieve que
pudiera haber. A los Cofrades de la Vera Cruz se les debe acaso que se haya
conservado esta piadosa tradición de ir a Pajares, tradición que otros pueblos
han perdido y abandonado hace tiempo.
Los mayordomos de la
Virgen del Rosario son los encargados de preparar la procesión ya que esta
imagen ha ido siempre con los de la Vera Cruz y los muchos devotos a Pajares.
Se busca la mejor pareja
de novillos que ha de llevar el carro de la Virgen, se adorna éste tan
profusamente con colchas de seda, cintas, lienzos finos, etc., amén
de dulces y naranjas que cuelgan de los extremos que semeja un trono
portátil o una magnífica carroza, se coloca la Virgen en sus trono, y a los
lados el párroco y mayordomos, y a eso de las 7 de la mañana se organiza la
procesión que despide el pueblo entero, siendo grande el número de vecinos que
acompañan a la Virgen hasta el prado de las Fátimas, término de Pajares donde
la gente almuerza. Los de la Vera Cruz visten su túnica, la Virgen ya fuera del
carro viste sus mejores galas, cuatro jóvenes
con artísticos distintivos llevan la imagen, y todo preparado se
organiza la procesión de rogativas hasta las proximidades de la ermita, en que
las autoridades de la villa de Pajares esperan, se cambian los saludos
afectuosos y se pone la comitiva en marcha, entonando los de Pajares el Regina
Coelis, cediendo la preferencia en todo a los de Villarrín. Llegados a la
iglesia se celebra la Santa Misa en la que el señor cura de Villarrín dirige la
palabra a los devotos peregrinos de ambas villas zamoranas allí reunidos en un
solo pueblo, autoridades y vecinos. Es ya proverbial la amistad y afecto que
une a estos dos pueblos.
Por la tarde asisten
juntos a la novena, despidiendo los de Pajares a los de Villarrín, acudiendo
hasta el término de las Fátimas. La Virgen se coloca de nuevo en el carro y en
el momento de llegar de nuevo a la villa, se organiza la procesión hasta la
iglesia, reuniéndose todo el pueblo en masa para recibir a la Virgen. (Aquel
año fueron mayordomos los señores Flórez y Gallego.)
Virgen del Templo: Pajares de la
Lampreana
(Continuación del artículo anterior)
“Centro espiritual de toda la zona de La Lampreana, el santuario de la
Virgen del Templo recibe todas las primaveras las rogativas o votos de los
pueblos del entorno. Sus vecinos acuden procesionalmente en días diferentes,
caminando por sendas tradicionales, para pedir a Nuestra Señora el logro de una
cosecha fecunda. Como es habitual, los ruegos imploran la llegada de lluvias
copiosas y la protección ante heladas y pedriscos. Pero los orígenes de estos
desplazamientos son más singulares. Se deben a la búsqueda del auxilio frente a
la parpada, plaga peculiar de la comarca, insecto que se introduce en la caña
de los trigos cortándolos antes de espigar como si se tratara de una prematura
siega. Este diminuto bicho, endémico de estas tierras, en los inviernos se
refugia en los juncales de los espacios encharcados de cereales cuando la
vegetación se muestra más pujante, diezmando la promesa de una cosecha fecunda.
El pueblo que inicia las peregrinaciones es Villalba. Acuden a cumplir su
voto el primer sábado de mayo. Largo es el recorrido por el camino de siempre.
Su paseo semeja el navegar por un inmenso espacio verde, tal es el aspecto que
presentan los sembrados en estas fechas que es cuando muestran su más
espléndida pujanza. En el cruce de rutas ya cercano al santuario, la comitiva
de Villalba es recibida por las gentes y autoridades de Pajares. Se realiza el
simbólico saludo de los cruces parroquiales, el tradicional apretón de manos y
el intercambio de los bastones de mando entre los alcaldes. Juntos, los vecinos
de las dos localidades llegarán hasta el santuario, celebrándose en él una misa
solemne, la ofrenda floral a Nuestra Señora y la invitación a un refresco.
Unas fechas más tarde, el día 8, vienen los habitantes de Villarrín.
Desde su parroquia traen en la procesión la imagen de la Virgen portada por las
mujeres y la del Cristo, llevada por los hombres. Tradición secular fue el
vestirse con mortajas y caminar descalzos, despojándose de la capucha al
concluir la procesión.
Más avanzado el mes, serán los devotos de Arquillinos los que lleguen y
también los de Manganesos. Aunque el pueblo de Pajares participa en distinto
grado en las peregrinaciones de todas las otras localidades, ellos celebran
como fiesta propia de la Virgen el día 8 de septiembre. En esa fecha la honran
con una solemne misa y un rosario fervoroso.
Atendiendo ahora al santuario, éste se ubica en el extremo oriental del
casco urbano, separado ya de sus últimas casas. Se asienta, como no podía ser de
otra manera, en un paraje despejado, abierto por todos sus laterales a ese
entorno totalmente llano de la comarca. El paisaje, tan simple, en las
primaveras tornase un inmenso retazo verde, el color profundo e inigualable de
los cereales en plena vitalidad. Después, con el discurrir de las estaciones,
se impondrán, primero el dorado de los
veranos y, más tarde, el ocre de la tierra desnuda, en paciente espera del
regalo de las lluvias. El edificio ofrece por su exterior una modesta
apariencia. A la vista muestra tejados muy amplios, los cuales cargan sobre
muros blancos que parecen levantarse del suelo con gran dificultad, dada su
escasa envergadura. Sólo la espadaña rompe levemente la tiránica horizontalidad
de todo el entorno.
En contraste con esa ausencia de monumentalidad externa, la ermita
esconde en su interior estructuras posibles del siglo XIII. Se distribuye en
tres naves, separadas por recios arcos, entre los que alguno muestra un típico
apuntamiento. Al estar ahora todo enfoscado, no se aprecian los materiales de
obra, pero éstos han de ser los propios del lugar: alguna mampostería, ladrillo
sobre todo y posiblemente tapial. El núcleo espiritual del oratorio es sin
duda, la imagen de Nuestra Señora. Es una preciosa escultura de caracteres entre
románicos y góticos, que ofrece una sublime dignidad. Muéstrase sedente, con el
niño apoyado en el centro de su regazo. Tradicionalmente, se presentó envuelta
en ricas vestiduras, pero tras una minuciosa restauración se contempla ahora
arropada sólo con un manto de brocados que realza su nobleza. Su trono es un
amplio camerino abierto en el medio del notabilísimo retablo que le sirve de
marco. En este retablo una obra importante del siglo XVI. En él destaca su
carpintería, con frisos y columnas platerescas cuajadas de delicado ornamento.
Pero su hermosura proviene sobre todo de la colección de diecinueve escenas
pintadas, en las que se reproduce a todo
color la vida de Santa María. Todos los cuadros del lado izquierdo
fueron pintados, antes de 1544, por el artista zamorano Blas de Oña. Los otros,
los de la zona derecha parecen de Lorenzo de Ávila, incluyéndose la tabla
central suprior. La belleza general del conjunto es excelsa, realzada por su
buena conservación y por el brillo intenso de los pigmentos utilizados.
Aunque todas las atenciones quedan prendadas de estas pinturas y de la
majestad de las figuras de Nuestra Señora, no hay que dejar de contemplar la
talla del Santo Cristo, titulado de la
Misericordia, colocado en el altar al lado de la epístola. Es una figura gótica
que presenta al Redentor ya muerto, con el cuerpo retorcido y las piernas
cruzadas. Su rostro emana una profunda serenidad.
Aunque los orígenes del santuario se desconocen, una diluida leyenda
afirma del hallazgo de la imagen de la Reina Celestial en un pozo inmediato.
Dícese que en ese pozo, carente de brocal, si se caen los niños las aguas suben
milagrosamente para depositar en el borde a las criaturas, sin que éstas sufran
daño alguno. La historia, sin embargo, nos señala que en tiempos pasados este
oratorio tuvo el título de parroquia, repartiéndose la feligresía local con la
actual iglesia de San Pedro. En arreglos de demarcaciones tardíos se unificaron
los dos distritos, concentrándolos como están hoy en día. Sus orígenes quizá, estuvieran
ligados a los caballeros templarios. Su título así parece sugerirlo.”
De los sucesos prodigiosos que se atribuyen a la Virgen, afirmase que en
fechas de alrededor del año 1930, un vecino del lugar iba a caballo en medio de
una fuerte tormenta. Un rayo abrasador lo derribó por los suelos, quemando su
ropa y fulminando al animal. Él no recibió daños mayores, pues al sentir la
terrible descarga clamó por el auxilio de la Virgen del Templo y ella lo
protegió. Aún se muestran los
chamuscados harapos en los que quedó convertida su vestimenta, conservados en
el camerino como reliquia.
En los días anónimos de todo el año la ermita es visitada con frecuencia.
Sirve como meta para los paseos más habituales y acoge las peticiones y anhelos
de numerosas gentes. A su lado se cobija
el cementerio local. Como tantas otras veces se buscó amparo para la tremenda
desolación de la muerte.
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