La fiesta del pan
La historia de
un cuadro histórico
(La Opinión de
Zamora, 30/11/2016)
ÁNGEL ALONSO PRIETO
A cien metros de donde escribo estas líneas llegaba, en
1892, un multimillonario. Se hospedó en un hotel de la calle donde aún hoy
llevo a remendar mis zapatos. Hablo de La Coruña donde atracó el barco que
trajo a Mr. Archer Milton Huntington desde Estados Unidos. Venía a
España fascinado por su cultura y tradiciones que, en las postrimerías del
siglo XIX, aún pervivían entre la frescura del folklore y el atraso económico.
Cual Ciudadano Kane acaudalado pero sin megalomanía neurótica, dio orden de
comprar -a colecciones extranjeras, mayormente, para no esquilmar el patrimonio
autóctono- tesoros de arte popular, desde trajes a cerámica, cuadros, libros, manuscritos,
incunables, esculturas... y hasta una rejería catedralicia despistada. Todo
para dar contenido a su proyecto museístico: La Hispanic Society of America, en
Nueva York.
Para la biblioteca de dicho museo encargó a Sorolla,
el pintor español "number one" del momento, una serie de lienzos
sobre las regiones de España. Se trataba de forrar, casi literalmente, las
paredes de la sala de lectura, con lienzos que debían ser como una mega-cenefa
de setenta metros de perímetro.
En la pared frontal pinta "Castilla",
también conocido como "La fiesta del pan", una tela de dimensiones
tan enormes que no cabe en la pared más grande del salón de mi casa.
Evidentemente su calidad e importancia no radica en el tamaño sino en la
ejecución pictórica de la misma.
El conjunto de lienzos al que dedicó cinco años y no
llegó a ver expuestos, mereció, en su época, valoraciones dispares y no siempre
positivas. Pero era su visión del conjunto de España, la de Sorolla artista.
"La fiesta del pan" que nos ocupa es un poema sinfónico de colores,
de rostros, de tipos y trajes, de miradas y gestos que huyen del tremendismo de
la España negra. Nos muestra a la gente del campo con sus mejores galas, como
entonces a ella le gustaba retratarse ya que en su afanoso quehacer diario no
siempre se encontraba "presentable" para pinceles o cámaras. Sorolla
sabe esto y, aunque hace innumerables apuntes y bocetos del natural, pinta al
pueblo ataviado con trajes de romería en la ofrenda del pan.
Con intención escenográfica y festiva nos muestra a la
gente con esa dignidad antigua y noble que rehuye la compasión, aun viviendo su
existencia con sacrificio y reciedumbre.
En el centro del cuadro, un niño porta un cántaro de
barro, como el que un servidor con edad aproximada cargaba en Villarrín de la fuente
hasta mi casa. Y para más datos a favor de la fascinación que siento por el
cuadro, podemos contemplar una moza, de espaldas, engalanada con el rodao de
paño negro zamorano. Quizá quiso señalar con ello la presencia de nuestra
provincia, en el conjunto, con su comarca de la Tierra del Pan y la elegancia
de sus mujeres.
No caben más alabanzas en este espacio. Sorolla ya fue
grande en su época. Un tanto eclipsado por las vanguardias, ahora sigue
creciendo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario