martes, 10 de junio de 2014

RECUERDOS DE LA MISIÓN PEDAGÓGICO SOCIAL EN SANABRIA (1934)



A modo de justificación

Sobre las Misiones Pedagógicas en España se ha escrito mucho. No es mi intención redactar ningún ensayo sobre este tema, que ha sido estudiado e investigado con cierta exhaustividad.
Quiero acercarme al acontecimiento de las Misión aportando una anécdota curiosa que no se ve reflejada en los libros, porque pertenece al mundo de los recuerdos que ha llegado hasta mí a través de mi familia.
Adjunto fotografías que reflejan el ambiente y las circunstancias de la citada Misión.
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Breves apuntes históricos

Siendo presidente provisional de la República Niceto Alcalá-Zamora y Ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes Marcelino Domingo se crea, por Decreto de 29 de mayo de 1931 (Gaceta del 30), el Patronato de Misiones Pedagógicas con el fin de "difundir la cultura general, la moderna orientación docente y la educación ciudadana en aldeas, villas y lugares, con especial atención a los intereses espirituales de la pobla­ción" Lo forman una Comisión Central en Madrid, varias Comisiones provinciales de enseñanza y delegados locales  donde convenga a los fines del Patronato
En la declaración de intenciones para subrayar la esencia de las Misiones se indica “ que el aislamiento es el origen de las Misiones y la jus­ticia social su fundamento, claro es que la esencia de las mismas, aquello en que ha de consistir estriba en lo contrario del aislamiento, que es la comunicación para enriquecer las almas y hacer que vaya surgiendo en ellas un pequeño mundo de ideas y de intereses, relaciones humanas y divinas que antes no existían". (Patronato de Misiones Pedagógicas, 1934: p. 10).
La obra de las Misiones es llevada a cabo por los “misioneros” Para aspirar al desarrollo de esta labor bastan dos cosas: "la primera sentirse atraído por las orientaciones en que la Misión se ins­pira, germen de la probable devoción y hasta del entusiasmo venideros; la segunda, tener algo para su ofertorio y aspiración a conquistar la sufi­ciente gracia para llegar con ella al ánimo de las gentes humildes" (o. cit., 1934: pp. 14-15).
El material de trabajo del equipo misionero se compone: de un proyec­tor cinematográfico, con películas educativas y de recreo; bibliotecas para las escuelas de las comarcas visitadas; y gramófonos, con una selección de discos, que después de la actuación, se dejan al maestro para que continúe con la obra iniciada.
El personal que desarrolla la labor de las Misiones está compuesto por inspectores de educación, maestros, médicos, estudiantes, conductores de camiones, mecánicos, etc.
Dirigió esta Misión D. Alejandro Rodríguez, Inspector de Primera enseñanza de Madrid, con la colaboración de los estudiantes D. Carlos Rivera (Agricultura), D. Germán Somolinos (Medicina) y D. Luis Santabárbara (Arquitectura); y los mecánicos D. Antonio de la Paz y D. Miguel González. Se realizó del 5 al 15 de octubre de 1934 y comprendió los pueblos de San Martín de Castañeda, Ribadelago, Galende y Vigo.


 “En la primera Memoria del Patronato (1931-1933) apare­cieron ya el organismo, el desarrollo y el doctrinario de las Mi­siones Pedagógicas. A ella habrá de recurrirse para conocerlas íntegramente. Repetir todo aquello en adelante sería prolijo. No se hablará ya sino de los resultados, nuevas iniciativas, cambios e inmediatas aspiraciones.
Así se da cuenta ahora, como suceso del mayor relieve, de la Misión pedagógico-social realizada en San Martín de Cas­tañeda, de Sanabria (Zamora), una de las varias zonas desven­turadas de España, donde la penuria material y la miseria es­piritual denuncian un grado de vida primitiva y lamentable. Ante la urgencia del caso el Patronato decidió acudir allí, no sólo con el bien, de la palabra, el libro y la fiesta recreadora, sino además con el beneficio de la alimentación necesaria a los niños, la orientación higiénica, el consejo práctico y la instala­ción adecuada de la Escuela primaria.”

“Al finalizar el curso escolar 1933-34, el Teatro y Coro de Misiones Pedagógicas celebró una serie de actuaciones en va­rios pueblos zamoranos, desde Mombuey a Sierra de la Culebra, márgenes del Tera y lago de Sanabria. Pueblos alegres, de rico pastizal, entregados de lleno al bullicio sudoroso de la siega en aquellas jornadas de sol y heno reciente, acudían al atarde­cer, llamados por la campana concejil, y apretaban su curio­sidad sonriente en torno al tabladillo de nuestro teatro, que prodigaba donaires de Lope el sevillano, romances viejos, pro­verbios del Infante Juan Manuel, canciones populares y jácaras de Calderón, al abrigo de sus castaños, del almiar de las eras o frente al porche de sus iglesias, cuya clara traza compostelana señala el regreso del camino de Santiago.
Mombuey, Asturianos, Galende, Puebla de Sanabria, deja­ron en nosotros el cordial recuerdo de su gozo y la seguridad de haber lanzado en buen surco nuestra semilla. Pero allí mismo, donde el Tera se remansa espeso de peces y consejas, una pobre aldea, asomada en un teso de linares sobre el lago de Sanabria, nos sobrecogió de pronto mostrándonos al desnudo su miseria enferma y desolada, amarga de largos años sin esperanza: San Martín de Castañeda. Niños harapientos, pobres mujeres arrui­nadas de bocio, hombres sin edad agobiados y vencidos, hórri­das viviendas sin luz y sin chimenea, techadas de cuelmo y ne­gras de humo. Un pueblo hambriento en su mayor parte y co­mido de lacras; centenares de manos que piden limosna... Y una cincuentena de estudiantes, sanos y alegres, que llegan con su carga de romances, cantares y comedias. Generosa carga, es cierto, pero ¡qué pobre allí! El choque inesperado con aquella realidad brutal nos sobrecogió dolorosamente a todos. Necesi­taban pan, necesitaban medicinas, necesitaban los apoyos prima­rios de una vida insostenible con sus solas fuerzas..., y sólo can­ciones y poemas llevábamos en el zurrón misional aquel día.
Pasados los primeros momentos de dolida sorpresa, nues­tros estudiantes iniciaron una limosna indirecta y discreta; com­praban a buen precio y fingiendo gran interés por ello esas mil menudencias de artesanía folklórica con que los pueblos pobres gustan de adornarse profusamente: arracadas (candados) traí­das por los buhoneros gallegos, con su arete de culebrina y sus grandes piedras rojas y azules, triples collares de cuentas, cru­ces y colgantes coloristas. Las mujeres desnudaban apresura­damente cuellos y orejas cercándonos de ofertas y súplicas pri­mero, de lamentaciones cicateras y maliciosas después:
—Bien baratos me los llevan, que son de grata... Si no fue­ra la necesidad... Dos reales más, ¿no da? Mire este hijo.
Ingenua malicia popular, mínima reacción de defensa! Gra­ciosa de momento, pero triste porque es una actitud eterna tur­badora de toda relación generosa; y más triste aún porque está justificada por una larga historia de engallas y despojos.
Levantamos entretanto nuestro escenario. Los tratos han perdido ya su discreta reciprocidad para convertirse en simple limosna. No nos queda un céntimo en los bolsillos. Representa­mos un breve programa de pasos, cuentos y canciones que lo­gran cuajar apenas en la sensibilidad elemental de la aldea. Sólo una ronda viril, con vueltas de gaita sanabresa, arranca a los hombres la respuesta gozosa del aturro. Y emprendemos el re­greso a Puebla de Sanabria. Nos llegan, ya en marcha, quejas, gratitudes y despedidas:—Digan en Madrid cómo vivimos; que lo sepa el Gobierno‑
no... Dios les guarde la lengua, mozas, ¡ y qué bien cantan !...

(Patronato de Misiones Pedagógicas: Memoria Pedagógico-social en Sanabria, Madrid, 1935. Páginas 9,15 y 16)
Misión pedagógica de Sanabria

Mi abuelo estuvo impartiendo la docencia como maestro en Ribadelago dos cursos (desde 1930-1931 y 1931-1932). Precisamente este último año recibe un encargo de Alejandro Casona quien le solicita le informe acerca del pueblo y su entorno en cuanto aspectos sociales, educación, economía, etc., enviándole recuerdos de su padre Gabino Rodríguez, director de la escuela graduada del Fontán (Oviedo), que participaría en la Misiones de Besullo (Asturias), pueblo natal de Casona.
Ambos docentes se conocieron en Asturias, ejerciendo como maestros de primera enseñanza.
Le debió informar de varios asuntos y lo que sí recuerdo es que para describir el carácter de los lugareños le contó lo siguiente. Mi abuelo tenía una pequeña huerta y los productos que le sobraban (especialmente patatas) los vendía. Las mujeres cuando hacían la compra hacían siempre el mismo comentario: “Maestru, non vellu lo que hace, pero me parece que está escasu”. La contestación que recibían -“¿cómo si no ves, sabes que está escaso?”-les dejaba indiferentes.


















(F. Trancón)




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