Pasó, caminó, desfiló la semana
santa de Villarrín. Los días sagrados , enlazados unos con otros en
el almanaque de papel, se han ido. No los recuerdos, las
añoranzas, las figuras de las procesiones sin tiempo. La semana religiosa
que se alimenta de la plegaria escrita, leída o recordada, no sucumbe, aquí está
protegida en el álbum de los hechos imborrables.
Los vientos agrios y desabridos
de otros años, no fueron convocados esta vez. El sol, redondo, brillante,
esfera codiciosa de los Campos de Villarrín, brilló con orgullo, con la
elegancia de los días de primavera, desmintiendo aquel dicho” del mil amigos
uno y de abril ninguno”.
El jueves santo día de honor en
los días de la semana religiosa de Villarrín, retuvo el tiempo de las emociones
en el desfile sin sonidos de los cofrades de blanco, en esa comitiva de hombres
y mujeres, desnudos los pies como los del nazareno, pisando sin prisa la áspera
piel arrugada de las calles del pueblo sumido en el recuerdo de la pasión.
La gente, todos, los de aquí, los
de más allá, se unen a la convocatoria anual de la procesión ya milenaria. La
palabra, el encuentro, la alegría, la pena, todo se da cita en este espectáculo
del diálogo. Contradicción creativa: los cofrades meditan en silencio y los
espectadores celebran la alegría de estar juntos.
Viernes santo, el dolor acumulado
de la pasión cristaliza en la procesión nocturna, la luz agota su energía en el ocaso y el brillo de la luna crece en el cielo para iluminar los caminos siempre
nuevos del calvario. Ellas, las damas de oscuro, portando las tulipas
encendidas de la fe, señalan el camino del Crucificado. Hombres y mujeres
caminan en silencio. No hay pena, ni dolor, sino comprensión.
El domingo, cuando la losa del
sepulcro del Rey de los Judíos giró su osamenta de piedra para dar salida a la luz y
confirmar el milagro, la plaza del pueblo, tabernáculo de hechos extraordinarios, abre sus puertas para celebrar el encuentro gozoso de la Madre
con su Hijo.
Acompaño a estas reflexiones
algunas fotografías que un buen amigo me ha proporcionado. No he estado
físicamente este año, pero la imagen y los recuerdos no tienen caducidad.
(F. Trancón)
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