ANIVERSARIO DEL
INCENDIO DE SIERRA DE LA CULEBRA.
Finalizamos con
este reportaje efectuado por un grupo de redactores del periódico LA OPINIÓN-EL
CORREO de Zamora, publicado el 15 de junio de 2023, la reseña sobre la Sierra
de la Culebra, referenciada en este BLOG con fecha 13/06/2023
Hay aniversarios que se celebran, otros se olvidan,
pero el incendio apocalíptico que sufrió el bosque secular de Sierra de la
Culebra, constituye un capítulo imborrable en la historia de esta comarca de
Zamora, escrito con letras de fuego dictadas por la infernal vorágine de las
llamas.
Este singular acontecimiento no es una anécdota ni un
relato de ficción, es una realidad certificada que suscita en nuestro
imaginario un torbellino de preguntas: ¿por qué ha ocurrido,? ¿ cuál es la causalidad de los hechos,? ¿podría haberse previsto...?
Respuestas a estas inquietantes cuestiones habrá
muchas, diferentes, intentando comprender y asumir lo ocurrido. Sin embargo, la
catástrofe de la Sierra de la Culebra, está inscrita en el interior de la
naturaleza, el eterno vaivén de las nubes, los vientos impetuosos, los rayos
incandescentes, forman parte sustancial de nuestro mundo. Siempre, desde su
creación, la tierra, epidermis de rocas, agua y vegetales, ha estado sujeta al
arbitrio de su naturaleza, es así, viva, palpitante, desconcertante, que se
rige por su propio instinto, aunque el hombre la quiera dominar y a veces
domesticar, no lo va a conseguir.
Los días de viento y estrépito, de fuego y destrucción
que sufrió la Sierra de la Culebra, entran dentro del dominio y comportamiento
de nuestro amado planeta azul, pero que en esta comarca ha cambio al pigmento rojo, a la que no respetamos sus ciclos, alteramos sus ritmos
vitales, sin prever las consecuencias de estas prácticas tan agresivas.
Esta reflexión- por supuesto- no pretende minimizar
los hechos. La realidad nos muestra con contundencia el lienzo verde de árboles
sin vida, oscurecidos por la ceniza; las ilusiones, sueños, recuerdos, alegrías,
de los extraordinarios habitantes de la zona devastada son testimonios de un
revés inesperado.
La vida prosigue y el esplendor de un nuevo tiempo
está ahí. Las personas que han sido entrevistadas en este reportaje, a pesar de
los trágicos días de la ira de los cielos, del futuro incierto, de la pérdida
de ese entorno, paraíso de la madre sierra, muestran resignación, madurez para
afrontar un futuro con incógnitas, pero sobre todo interés, motivación y
espíritu de superación.
Los vecinos de los pueblos más afectados
por el primer incendio relatan cómo recuerdan los estragos de las llamas: «Llegó
el viento por la noche y lo arrasó todo»
La vida ha tenido que seguir adelante en los pueblos de la Culebra, donde una tormenta eléctrica cambió el futuro que vendría más allá
del 15 de junio de 2022, cuando nacía el primero de los incendios
que se comerían el 6% de Zamora.
En Ferreras de Abajo los huertos siguen
trabajándose, los bares siguen sirviendo café y la gente mira hacia adelante, aunque ahora,
ante sus ojos todo sigue de negro ceniza. No están de acuerdo con aquella
medición de 25.227,88 hectáreas quemadas; para ellos, se perdió mucho más en
aquel incendio que no fue declarado como de nivel 2 hasta dos días después. La
calificación máxima nunca llegaría a pesar de avanzar más de 1.200 hectáreas
por hora.
Ahora, en Ferreras de Abajo pasan camiones
cargados hasta arriba de madera. Algunos de los troncos podrían pertenecer al
pinar de Pedro Vara Taboada, vecino que ha recibido 144 euros por unos mil
árboles quemados, calcula. Por su parte se alegra de que al menos no le haya
costado dinero «sacarlos yo mismo me habría costado casi 3.000 euros», relata.
Afortunadamente, se arregló con un maderero portugués. Esos troncos irán destinados
a fabricar pellets en su mayoría; el saco de 15 kilos se vende en el mercado a
casi 8 euros.
La Sierra de la Culebra, un desolador paisaje lunar
Tras dos incendios consecutivos, el miedo
a este verano está latente. Un peón especialista destinado en Ferreras de Abajo
no confía en el porvenir. «La parte de la sierra que da con el parte de
Montesinhos tiene peligro», confiesa, y añade que la Carballeda y los Valles
tienen mucha maleza también. El peor enemigo, «el calor extremo», señala, y
añade que las lluvias tampoco ayudan «hay más vegetación».
Unos kilómetros más allá, los vecinos de
Ferreras de Arriba no se dejan engañar por el verdor de las últimas lluvias. El
monte bajo ha resurgido, pero saben que los boletus se acabaron para siempre:
no volverán a verlos entre tanto tronco negro. Además de pinares, se han
quemado castaños más que centenarios que estos jubilados ya heredaron de sus
abuelos y que no podrán legar a sus hijos.
«Lo abandonaron», sentencia Clementina Moldón sobre lo que ella vio aquella noche, cuando dos rayos cayeron en el pueblo, uno a cada lado de la sierra. El primero lo apagaron dos chicos del lugar, el segundo, se dejó: «tenía que haber venido el helicóptero». Aquel fue el que hizo más daño. Clementina conversa con dos vecinas mientras una trabaja el huerto, Ángela Folgado y María Moldón. Las tres fueron desalojadas a Benavente. «No sabes si al volver vas a encontrar lo que dejaste», comparte María mientras cava las patatas. Su huerto está entre los dos montes que abrazan el pueblo, y recuerda como el fuego descendía por ambos lados cuando tuvieron que marcharse justo a tiempo para sortear las lenguas de llamas que luego cortaron las carreteras.
De aquella noche de huida, María no puede
sacarse de la cabeza «el ruido del fuego», el estruendo de la madera doblándose
y cediendo que no dejaba oír mucho más. «Aunque repueblen esto es ya para
sesenta años». Y es que sin árboles este municipio micológico ha perdido
también las setas, que significaban un dinero importante para los mayores y aún
más valioso para los jóvenes.
Aquel fuego sin apagar lo vio todo el
mundo, aunque nadie consiguió que las autoridades intervinieran. «Avisamos de
un foco pequeño, llegó el viento de por la noche y lo arrasó todo», relata
Manuela Remesal sobre unas llamas que se echaban «detrás de las casas».
Sobre lo que pasó ese día, aún hay cosas
que Remesal no se explica: «El mismo día del incendio por la mañana estuvo la
UME. Trescientas personas en la era haciendo prácticas durante tres días y
luego se largan». Ella también ha sido una de las vecinas que ha perdido el
ingreso extra de la recolección de setas.
Quien vio el avance, lo vivió «atemorizado»,
dice Miguel Gómez sumándose a la conversación. A pesar de ello, este vecino de
Cional, lejos de huir, decidió quedarse a ayudar. «Faltaban manos, pero aun así,
no pude hacer nada», cuenta sobre la magnitud de las llamas.
Miguel no se explica por qué aquel mes de junio las cuadrillas de incendios
aún no estaban contratadas, «solo tenían que apretar un botón en el ordenador,
pero no tenían ni prisa ni interés». Este vecino, originario de Valladolid,
rehizo su vida en Zamora buscando la tranquilidad y la naturaleza de la zona
que dice «era para flipar». Pero eso se acabó. «Ya no me gusta vivir aquí»,
dice tajante sobre lo que el paisaje le trasmite ahora, negro: «Se me cae el
alma a los pies».
Se pregunta por qué no hay gente limpiando el monte durante todo el año,
que, además, «daría empleo a mucha gente». En su opinión «cuatro empresas
ganan más dinero con el negocio de los helicópteros que teniendo cuadrillas
trabajando». Y pregunta: «¿Dónde están los culpables?, nadie responde».
Una opinión que comparten más allá, donde
la tristeza imperante se convierte en rabia en pueblos como Otero de Bodas, un
pueblo en el que las llamas entraron en varias casas y donde algunos vecinos
anónimos consideran que aquel incendio fue una sentencia de muerte para ellos:
«Seguimos tan abandonados como estábamos hace un año o quizá más».
El corrillo de vecinos sabe que han perdido
el monte, el medio de subsistencia gracias a las setas, la leña, las castañas y
el turismo. «Se ha perdido la supervivencia de la zona». A Otero pasó después
de dos días «en vez de venir un hidroavión venían los ‘bambis’, que se iban
lejísimos a recargar», y señalan con indignación hacia el embalse a pie del
pueblo.
El mismo viento que azuzó al principio las
llamas también fue quien les perdonó; cambió en mitad del incendio y paró las
llamas que habían llegado hasta la mitad del pueblo, a la altura de la
iglesia.
Los comentarios se cruzan como balas sobre
porqué se dejó arder todo aquello: «La UME estaba con el fuego en los zapatos
esperando a que el susodicho de turno levantara el teléfono», dicen unos. Otros
lo saldan con un sencillo: «No interesó apagarlo».
Mientras tanto, los camiones siguen
circulando desde hace semanas por las carreteras. «Se llevan lo poco que nos
queda», sopesan sobre un incendio que a pesar de haberlos dejado
«desahuciados», no ha supuesto ninguna dimisión. «No habrá responsables»,
augura el grupo de vecinos y acusan a los políticos de «evadirse» de la
desgracia. «Nos quieren por los votos y los impuestos, luego no somos más que
una gota de agua que se disuelve en el suelo».
Sobre lo que queda por venir, el grupo
estalla «¿Hay futuro?». Y no pueden olvidar que «el responsable aún sigue
sentado en el sillón».
Sus nietos o biznietos podrían ver la
sierra como ellos la vieron, aunque no creen que ocurra: «seguramente esto
quede para ciervos y jabalíes por el futuro que no nos dejan tener», cuentan
convencidos de que a se quiere echar a la gente de los pueblos para que sean
otros los que disfruten «de lo que nos dejaron nuestros abuelos». Y dicen que
«el monte estaba sin limpiar por preservarlo todo, y ahora no queda nada», aquejan
sobre que a los habitantes no se les dejaba tocar ni una sola rama de sus
árboles. «En cambio a las grandes industrias de molinos y placas les dejan
todo», un sector «que no deja trabajo ninguno».
Fotografía: José Luis Fernández
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