Se fue agosto, mes de tareas
agrícolas, de afanes apresurados depositando en los trojes o en las eras el
tesoro dorado de las espigas, sustento obligado, fruto ansiado.
El trajín incesante de tractores y
remolques, de máquinas de hierro portentosas recogiendo en los campos el fruto
sagrado, rompiendo el silencio de las calles del pueblo, sonidos gozosos que
alegran las vidas y encienden la ilusión en el tórrido verano.
También las familias ausentes, los
amigos lejanos, los parientes casi olvidados llegaron a Villarrín a renovar sus
recuerdos.
Aunque el adiós al verano es
cercano, aún queda vida en el pueblo, la ilusión no termina con los días de júbilo,
el sol de septiembre va tiñendo de amarillo las hojas aún verdes, los vientos
revoltosos de San Miguel son tibios y anuncian unas fiestas de un Cristo no
olvidado, aunque la pandemia perniciosa pretenda ocultar la alegría.
Las golondrinas preparan su viaje
ancestral a otras latitudes, se irán dejándonos el esplendor de sus vuelos
armoniosos, de sus trinos resonando en las nubes que se ocultan en el ocaso, en
la estepa dilatada por las sombras de crepúsculo.
No hay lugar para la desesperanza,
volverán otra vez, portando en sus picos una nueva primavera.
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