lunes, 7 de septiembre de 2020

AVES ESTEPARIAS DE VILLARRÍN DE CAMPOS (La alondra) 09


La alondra

Oí hablar de este pájaro amigo de los poetas, allá en la temprana edad de mi niñez. En  una escuela de apretados muros, amplias ventanas, olor a serrín quemado, maestro falangista y niños, muchos escolares sentados en  mesas alargadas, bancos sin respaldo y encerado de pizarra vieja. Allí en esta cátedra, enciclopedia de  ingenuos saberes, al atardecer, cuando el sol otoñal resbala débilmente por los cristales polvorientos del aula y  el centenario reloj del ayuntamiento agujereado por tres balas errantes disparadas en una contienda aún reciente, señala con matemática puntualidad las cinco de la tarde, la clase cesa su actividad y nosotros, grey domesticada, guardamos un silencio que ni siquiera los ruidos de la calle desgarran la tranquilidad de estos instantes sagrados. Entonces el maestro, entona las dos primeras estrofas de  la canción del labrador:
Despierta la parda alondra
levantándose del suelo.

 Nosotros- coro de voces irregulares-  seguíamos solos con otros versos que aún no he olvidado:
 elevando sus plegarias
 y sus trinos hasta el cielo.
Ya se oye rechinar
la rueda del arado
                                   y al labriego animar
con voces al ganado.

Para ver la alondra, tienes  que madrugar como ella  y caminar por  las sendas de los carros cargados de espigas. Vete cuando la aurora es un paño blanco arrugado que estira sus pliegues a la claridad difusa de un amanecer aún lejano.
Oí sus trinos, apareció surgiendo de la grisura brumosa de los campos, batió sus alas  y se puso a gorjear como el esquilón de plata de la cercana iglesia. Surcó el cielo demacrado, elevó con gallardía su cuerpo terroso y su vuelo se hizo patente cruzando hacia  los bálagos cortados.
Regresé al sendero de los carros por  la llanura y la alondra siguió  la estela de luz azulada, cuando el alba se extendía por la tierra. El  sol puso orden en el universo confuso de nieblas y nubes, de aire empapado de gotas de agua, la alondra se desvaneció en aquel universo efímero, se fue muy lejos, donde sólo las aves saben llegar. Volverán otro día a marcar la ruta de la rueda crujiente del arado, a posarse codiciosas sobre el  surco,  y el labrador entonará con nostalgia esta canción que le enseñó su madre.

Levántate morenita,
levántate resalada,
levántate que ya viene
el lucero de la mañana





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