La alondra

Despierta la parda alondra
levantándose del suelo.
Nosotros- coro de voces irregulares- seguíamos solos con otros versos que aún no
he olvidado:
elevando sus plegarias
y
sus trinos hasta el cielo.
Ya se oye rechinar
la rueda del arado
y
al labriego animar
con voces al ganado.
Para
ver la alondra, tienes que madrugar como
ella y caminar por las sendas de los carros cargados de espigas.
Vete cuando la aurora es un paño blanco arrugado que estira sus pliegues a la
claridad difusa de un amanecer aún lejano.
Oí
sus trinos, apareció surgiendo de la grisura brumosa de los campos, batió sus
alas y se puso a gorjear como el
esquilón de plata de la cercana iglesia. Surcó el cielo demacrado, elevó con
gallardía su cuerpo terroso y su vuelo se hizo patente cruzando hacia los bálagos cortados.
Regresé
al sendero de los carros por la llanura
y la alondra siguió la estela de luz
azulada, cuando el alba se extendía por la tierra. El sol puso orden en el universo confuso de
nieblas y nubes, de aire empapado de gotas de agua, la alondra se desvaneció en
aquel universo efímero, se fue muy lejos, donde sólo las aves saben llegar.
Volverán otro día a marcar la ruta de la rueda crujiente del arado, a posarse
codiciosas sobre el surco, y el labrador entonará con nostalgia esta
canción que le enseñó su madre.
Levántate morenita,
levántate resalada,
levántate que ya viene
el lucero de la mañana
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