Por
los campos de horizontes infinitos de Villarrín, se extienden, en equilibrio perfecto,
palomares de todos los estilos: modestos o grandiosos, desafiantes o decadentes
diseminados en un poblado en crisis.
Contemplad esta tierra de palomas vestidas con plumas
azuladas, grises, verdes, saltando por
el claro del páramo luminoso, dibujando con sus picos palabras de amistad
y cómo cruzando la elipse del cielo, se acogen
a las sombras de estas casas de adobe derruido.
Olvidadas
alquerías sin dueño, mesones de barro y paja aferrados a los cimientos de los
surcos, en lo alto de los tesos desgastados, en vaguadas imperceptibles, son
hogares de amor, estancias oscuras de palomas tímidas, círculo de arrullos,
nidos de sueños nuevos.
Es
privilegio de sublimes gozos admirar estos castillos de extraño formato,
alcázares de la estepa de intrépidos torreones sin murallas que recuerdan el
paso del guerrero. Hoy son venta de
pájaros bullangueros, de trúhanes voladores; refugio obligado de delicadas
avecillas acogidas en los laberintos de
alcobas ocultas.
La
soledad taciturna del páramo se hace campo de recreo, cobijando en sus brazos
austeros una asamblea fraterna de estas aves que, unidas en un lazo de picos y plumas, picotean
en la tierra seca, murmurando palabras secretas que el viento no puede escuchar.
Después,
de una breve estancia, vuelan hacia un
otero vacío desde donde se ven envejecidos palomares de aldeas sin calles.
Pienso con desaliento que esta arquitectura secular de
adobes y tejas rojas, miscelánea de materiales frágiles que aún resisten los
días de viento y estrépito, de frío entumecido por la helada cruel, de soles
revueltos, de nubes de rojo y fuego, no
se sabe hasta cuándo, el tiempo que todo lo puede decidirá anegar de tierra y escombros y reducir a un
olvido siniestro estos caseríos sin llave, sombra fresca de rebaños y pastores;
referencia de aves sin rumbo, asombro del viajero incansable.
Pero
el cuaderno aún abierto de la estepa, retiene en sus páginas el vuelo pausado de las palomas por los vastos campos de
Villarrín, a mí la música de sus alas me
recuerdan estos versos de Rosalía de Castro:
¡Felices esas aves que volando
libres en paz por el espacio corren
de purísima atmósfera gozando!
libres en paz por el espacio corren
de purísima atmósfera gozando!
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