martes, 21 de marzo de 2017

RECORDANDO AL PADRE MANUEL FLÓREZ, jesuita de Villarrín de Campos

Manuel Flórez: el silencio de un lingüista discreto
(Nació en  Villarrín de Campos –Zamora-),
Se le conocía como el hombre de las tres potencias: memoria, entendimiento y voluntad
Ángel Alonso Prieto


(La Opinion de Zamora 21/03/2017)


Acabamos de conmemorar el cuarto centenario de la muerte de Miguel de Cervantes. Infinidad de biografías ensalzan al héroe de Lepanto y de nuestras Letras porque heroico fue también su triunfo tardío con la pluma y no exento de lucha como fue en el caso del falso Quijote de Avellaneda contra el que tuvo que pelear para no verse privado del éxito que le correspondía. Entre las muchas vidas escritas del genio, me paro en la breve biografía novelada, escrita por María Teresa León, titulada El soldado que nos enseñó a hablar.

Pero hubo antes un soldado que nos enseñó a rezar: Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús, dedicada al apostolado y a la enseñanza. De los Padres Jesuitas escribió elogiosamente Cervantes, deduciéndose que estudió con ellos. Ahora rueda por los cines la película de Martin Scorsese: Silencio, largometraje sobre la heroica aventura misionera de dos jesuitas en el Japón del s. XVII. Sólo tengo elogios para esta película arriesgada de un director con un trabajo comprometido en su ya larga carrera artística suficientemente acreditada. De paso quiero elogiar a un pariente que si viviera me pediría también silencio pues la discreción era su talante de vida. Me refiero a Manuel Flórez S.J., mi tío. Empezó a estudiar para cura en una familia tan numerosa que no podía cargar con los gastos. Enterados los jesuitas de su capacidad intelectual le abren las puertas de La Compañía que le dará la oportunidad de ordenarse y alcanzar al tiempo una sólida formación en lenguas clásicas (latín y griego). Cuando un servidor se andaba devanando con ellas en la ciudad del Tormes, aunque sin los apuros del Lazarillo, desconocía su bagaje intelectual. Para mi sólo era un hermano listo de mi abuela, que murió joven. No pude conocerle pero la casualidad hizo que nos cruzásemos "virtualmente" en Salamanca por las veredas empinadas de los estudios. Decía que fuimos a encontrarnos en una clase de Latín cuando la explicación se detiene en un fragmento difícil de Virgilio -el poeta latino por excelencia (algo así como Lope de Vega y Camoens juntos)- y el magister nos ofrece varias traducciones posibles con valor de autoridad internacional, entre ellas la del P. Flórez. (¡Tanto gusto! debí pensar)
Mi tío fue un niño de pueblo, nacido en Villarrín de Campos, que se subió al tren de San Ignacio que pasaba por su puerta y lo llevó a Carrión, después a Osma, Salamanca, Innsbruck y Bonn, de donde "trajo la aportación de la filología alemana en orientación y bibliografía", en palabras del director de Perficit: Publicación salmantina de Estudios Clásicos. A ellos se dedicó con pasión y eficiencia llegando a plasmar sus conocimientos de especialista tanto en la revista como en sendas gramáticas latina y griega que fueron manual de uso en muchos centros donde se impartía con alto nivel la enseñanza de lenguas clásicas.

Con el tiempo conocí a colegas suyos y alumnos que certificaban no solo la categoría de su magisterio sino también el carácter ecuánime y afable, algo que la propia orden religiosa destacaba en la semblanza de su corta vida: "Era especialmente agradable la participación plena que daba al estudiante en el planteo y discusión de sus problemas, y resolvía de tal modo en cada caso, que aun dando a muchos la misma solución dejaba a cada uno la impresión de haber atendido a sus circunstancias personales". Se le conocía como el hombre de las tres potencias: memoria, entendimiento y voluntad. Con la mirada puesta en sus frutos intelectuales y humanos, se ve que cultivó desde niño esas "tres perlas" del alma, en palabras de Tomás de Aquino. Era como decía, de ademán tranquilo y sosegado aunque no perdía ocasión de transmitir su pasión por el latín hasta en los recreos, animando a sus alumnos a expresarse con la lengua de Virgilio, incluso jugando, algo ciertamente innovador y divertido en la línea de la pedagogía de la motivación, de tanta actualidad en nuestro tiempo. 
A pesar de su vida ordenada y dedicada al estudio enfermó gravemente. Joven y con poco más de cuarenta años fallecía en Madrid a mediados del siglo pasado. Alguien de la comunidad que le atendía, en el antiguo colegio Nuestra Señora del Recuerdo, dejó escritas unas cuartillas mecanografiadas haciendo constancia del ejemplar comportamiento en su enfermedad así como la fortaleza y piedad con que entró en agonía. Esta larga nota necrológica la guardamos con amor en la familia. Al leerla cabría pensar en un panegírico póstumo al uso si no fuera que las fotografías de cuerpo presente amortajado, nos dicen que la paz con la que vivió y enseñó quedó impresa en las facciones de su rostro. Al contemplarlas desde niño, con mezcla de miedo o estupor, y fascinado por ellas, deduje, mucho antes de empezar a lidiar con el latín, lo que significa “Requiestcat in pace”.
Presiento que el P. Flórez me está recriminando desde el cielo esta "peroratio", pero a mi madre le agradaría y no digamos a mi abuela, su hermana y compañera de juegos de infancia. "Ars longa, vita brevis".











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