Ana Gaitero. El Diario de
León.es: 14/01/2019
Joaquín Alonso toca a ciegas las
campanas. Y lo hace con una gracia, un sentido musical, como pocos. Y es que
desde los siete años no ha dejado de tirar del badajo y ya va a cumplir los 81.
En su afán de conservar la tradición fundó la escuela de Villavante en 1986 y
ahora impulsa otra en su tierra natal de Zamora.
Maestro
con salero: El Bruce Springsteen de las campanas
Veguellina de Órbigo es uno de los pocos pueblos, ya
no de León, sino de España, en los que cada domingo tocan las campanas, a mano,
para llamar a la misa. El maestro campanero Joaquín Alonso, que fue cartero de
esta localidad y su contorna, falta pocas veces a esta cita ritual. ”Si no
vengo, me preguntan qué ha pasado”, comenta.
El toque de fiesta, uno de los más difíciles y de los
que le gustan, ha llegado a atraer a algunas personas a la plaza de España a
disfrutar del arte del campanero. “Venía una madre con una niña pequeña que no
se movía de la plaza, mirando al campanario, hasta Joaquín dejaba de tocar”,
comenta Antonio Martínez, de Palacios de la Valduerna, que le acompaña en la
afición.
Joaquín Alonso es una joya del badajo. En Villarrín de Campos (Zamora),
su tierra natal, le llaman el Bruce Springsteen de las campanas por la
potencia, y el salero, con que maneja los bronces. Empezó a la edad de siete
años como monaguillo en el convento de las
Josefinas de la Santísima Trinidad de Villarrín de Campos, su pueblo.
También fue monaguillo en la iglesia parroquial de Villarrín. Recuerda que cuando tenía
ocho años se decía la misa de novena del Cristo a las tres y media de la
madrugada y tenía que subir a la torre a las dos y media para llamar a la
feligresía con el repique de campanas. “Como las luces del pueblo eran entonces
escasas y además lucían poco, pasaba miedo hasta llegar a la torre”, recuerda.
El bufido de la lechuza aumentaba el temor del chiquillo. Una vez arriba se
pasaba el susto y, sin linterna ni vela, tocaba las campanas. Con el tiempo, la
misa se retrasó hasta las siete de la mañana y se acabó el problema. Luego
llegó el alumbrado público.
“El sacerdote que decía allí la misa, don Arcadio Flórez,
que también la decía en Otero de Sariegos, me llevaba en bicicleta los domingos
para ayudarle y tocaba allí las campanas”. El año pasado, cuando el toque de
campanas fue declarado Patrimonio Inmaterial de la Humanidad, Joaquín Alonso
volvió a Otero de Sariegos para tocar para la Unesco. Sintió una gran emoción.
El muchacho mostró sus dotes con las campanas en el
seminario de Astorga durante los cinco años que estuvo interno. Pero la carrera
de cura no le prestó y se hizo cartero.
En 1963 se estableció en Villavante, pueblo de la
comarca del Órbigo, que se ha hecho famoso por su escuela de campaneros. La
fundó Joaquín Alonso en 1986 porque veía que se perdía la afición y le daba
pena. Llegó a tener hasta veinte niños, también algunas niñas.
Con unas latas de escabeche y unos cantos rodados ideó
un sistema de enseñanza de los ritmos para dar los primeros toques antes de
subirse al campanario. Y no contento con esta primera lección, compró de su
bolsillo unas campanas transportables de unos dos kilos para perfeccionar antes
de tocar los bronces de la torre. Hace tiempo que Joaquín Alonso no enseña los
toques ni toca en Villavante. Muchos le echan en falta en el encuentro anual.
Recuerda aquellos años con mucho orgullo porque “llegué a tener hasta 22 niños”,
explica.
De buen oído y” mejores manos”, matiza su amigo y
compañero de fatigas, Antonio Martínez, Joaquín Alonso está contento con el
rumbo que ha tomado la tradición en Zamora gracias a la Asociación de
Campaneros Zamoranos, que preside Antonio Ballesteros. “En Zamora ya no se
pierde, porque tienen afición y repican algunos muy bien”, comenta.
La asociación, que reúne a más de 80 campaneros,
cuenta con una escuela itinerante gracias al campanario móvil sufragado con
fondos de la Diputación Provincial de Zamora. “La riqueza que hay de toques de
campanas en Castilla y León, sobre todo en León y en Zamora no lo hay en toda
España”, apostilla. “En Valencia tienen el volteo”, comenta. Y mucha fama que
hace falta fomentar desde estas tierras del oeste interior.
Alborada, para el amanecer; tente nube para las
tormentas; rogativa para bendecir los campos y pedir agua; concejo, fiesta,
vecera y fuego o rebato, ángelus y oración, cada momento del año y también del
día tenía su toque especial. El de difuntos, para anunciar la muerte de algún
vecino o vecina tiene con diferentes toques. “Si el muerto es un niño se toca
el din dan y se va diciendo: ‘Vas bien, bien vas; al cielo vas”. Si se trata de
una persona adulta, el número de esposas (toque con las dos campanas a la vez)
desvela si es hombre o mujer: tres esposas para ellos y dos para ellas.
También tienen sus letanías los toques de tormenta:
‘Tente nube, tente tú; que Dios puede más que tú’. Que muchas de las campanas
estén dedicadas a Santa Bárbara da una idea de la importancia que tenía este
toque para espantar las tormentas con granizadas o pedrisco tan devastadoras
para las cosechas. Se hacía, y aún se sigue haciendo en algunos pueblos de la
provincia como Fresno de la Vega, la noche del 31 de enero al 1 de febrero.
El toque de vecera, para sacar los ganados del pueblo
al campo, se acompañaba de la frase: ‘Lo que llevo, traigo; lo que traigo
llevo’, que viene a decir que el pastor que sale con el ganado cuidará bien de
que volver con las mismas reses que sale al campo. “El toque de fiesta es el
más bonito de hacer porque hay más ritmos”, añade.
Joaquín Alonso ha recuperado y grabado muchos de estos
toques casi olvidados. “El de vecera, es el de mi pueblo, Villarrín de Campos;
el de rogativa me lo enseñó en Villavante Manuel Calderón, un hombre que ya
murió. Lo grabé porque me gustaba mucho y me costaba aprenderlo”, explica.
También aprendió el de alborada de un hombre del Órbigo.
Tanta afición se tenía en los pueblos que llegaron a
encontrar la manera de dormir las campanas. Una maniobra muy peligrosa que ha
costado la vida o heridas a algunos: «Se trataba de girar la campana sin que
sonara», explica el maestro.
Joaquín Alonso se ha subido a tantos campanarios y ha
tocado tantas campanas que ha perdido la cuenta. Pero no se olvida de lo bien
que suenan las campanas de Torre de Babia y las de Huergas de Babia; también
guarda buen recuerdo de la calidad del repique de las campanas del pueblo de
Castellanos, cerca de Sahagún, o las muy cercanas de Villarejo de Órbigo, donde
suenan tan bien las grandes como las pequeñas, comenta.
También ha participado en programas de televisión,
desde Barrio Sésamo, con un equipo que se desplazó desde Sant Cugat, en
Barcelona, para grabar en el campanario de Villavante, a la Televisión Galega y
la Vasca, sin faltar la cadena de Castilla y León.
Ha tocado en el museo de Urueña, junto a Joaquín Díaz,
y hasta en dos ocasiones en el famoso festival de Pingüinos de Valladolid, que
reúne a moteros de todo el mundo. “Fue a las doce de la noche y con un
campanario móvil”, recuerda el entusiasta campanero. Todo lo hace “para que no
se pierda” una tradición milenaria que corre riesgo de desaparecer si no se
mima y se transmite a las futuras generaciones. El Conservatorio de León y
muchos pueblos desde Palencia a Zamora, pasando por León, han disfrutado del
arte de este campanero.
Joaquín Alonso lleva 40 años tocando en Veguellina de
Órbigo y veinte casi de continuo cada domingo después de tomar el café en el
bar Montaña. “Cuando se toca parece que es más fiesta”, comenta. Luego asiste a
misa y finaliza con el sabroso aperitivo de patatas en el bar. Todo un ritual.
Joaquín Alonso en el campanario de la Iglesia del Carmen (Veguellina de Órbigo)
Fotografía: Fernando Otero
F. Trancón