RECUERDOS
“Campanas
de Bastabales:
cando vos oyo tocar,
mórrome de soidades”
cando vos oyo tocar,
mórrome de soidades”
Dice
la gran poeta Rosalía de Castro.
Ciertamente, yo no me muero de soledades pero sí me traen
recuerdos de niño y nostalgias de los distintos momentos y sonidos que perviven
en mi memoria.
Recuerdos del toque del ángelus cuando a las doce de la mañana nos
pillaba en el campo y nos parábamos para rezarlo, un pequeño respiro en el
trabajo que de alguna manera nos unía con todas las demás personas que también
hacían lo mismo. Y del toque de vísperas al atardecer que nos recordaba que ya
iba siendo hora de dejar de trabajar y volver a casa.
Cuando las campanas tocaban a rebato, un escalofrío nos corría por
el cuerpo poniéndonos la carne de gallina porque era el anuncio de una desgracia
que estaba sucediendo en el pueblo. Normalmente era fuego en algún terreno o
casa y hacía que todo el mundo saliera a la calle a preguntar para averiguar
qué había que coger para solucionar el problema: azadas y rastros si se trataba
del campo, o herradas de agua para apagar el incendio en alguna casa.
Nunca olvidaré un día de invierno con una niebla espesa que no
dejaba ver nada, típica de las tierras pantanosas, en este caso de las salinas,
cuando a las dos o las tres de la mañana oímos las campanas sobresaltados, y
nuestros padres y personas mayores salieron rápidamente a ver de qué se
trataba. E inmediatamente, provistos de linternas, que servían de muy poco, se
organizaron en la plaza por grupos. Se trataba de buscar a una señora que había
ido al gallinero, situado a las afueras del pueblo, y que aún no había
regresado a casa. Fueron todos a buscarla y, después de un largo rato,
consiguieron dar con ella en las orillas del cauce. Se encontraba totalmente
desorientada y muerta de frío, cerca de la carretera de Castronuevo. La
abrigaron con unas mantas y la llevaron a casa. Cuando regresaron nuestros
padres, pudimos volver a dormir tranquilos. Ese día aprendimos que la niebla
era muy peligrosa y que había que extremar los cuidados para no salir del pueblo
a jugar en días así.
Lo que más nos gustaba era escuchar el repique de campanas porque
nos indicaba, y aún sigue indicando, que era una Fiesta Grande y ese día era
muy especial y había que celebrarlo. Solíamos distinguir quién tocaba por la
forma de hacerlo y la duración del repique, y según quién fuera, atendíamos
mejor o peor. Así, podían estar entre varios mozos tocando más de una hora,
antes de la misa solemne, ya que lo principal del día de Fiesta, aparte de
ponerse la ropa “de los domingos”, era acudir a la Iglesia tranquilamente, pues
no se trabajaba en nada, y se cantaba la misa solemne mozárabe del pueblo del
S.X (hoy tristemente en el recuerdo). A la salida, antes de ir a tomar el
vermut, los mayores eran los que comentaban si el sermón había estado mejor o
peor. Los mozos ya se sabía que salían al portal a charlar o fumar hasta que
acabase, algo que formaba parte también de la tradición.
La escuela de campaneros ejercía su actividad siempre entre los
monaguillos: los mayores enseñaban a los más pequeños y después se iba
escalando mérito a medida que se iba perfeccionando el toque. Los días de
diario y fiestas menores tocaban los monaguillos. Y en las grandes fiestas, los
mejores de entre los veteranos. Todo un arte que es una pena que se haya ido
perdiendo.
Nosotros tuvimos la desgracia de que, por razones que no vienen al
caso, se nos prohibió subir a la torre a practicar, por lo que a partir de esa
fecha, (1960 más o menos), ya no pudimos seguir la tradición. Me alegro de que
actualmente se esté retomando este arte y se promueva el aprendizaje del toque
de campanas, y se den a conocer los distintos toques. Es bueno que esta cultura
permanezca y se reconozca como un lenguaje tradicional, de cuando no existían
altavoces, ni teléfonos, y que permitía que todos los habitantes del pueblo
estuvieran informados de todo aquello que rompía la monotonía o la rutina del
quehacer diario.
Existían otros toques que se utilizaban de forma particular como
para espantar las tormentas, para informar de que una persona había fallecido,
diferentes para hombre o mujer...
Sí quisiera analizar un poco el toque de anuncio de que una
persona se ha muerto. Se llama “encordar”, y aunque no he encontrado ninguna
explicación relativa a ello y no figura en el Diccionario de la Real Academia
la etimología de esta acepción, muy bien podría venir del latín “in cordis “,
(de cor, cordis: corazón). Es un toque que te llega a lo más adentro del
corazón, pues este toque, cuando suena, te provoca un sentimiento de profunda
tristeza y de dolor por su grave sonido y solemne cadencia a la hora de
tocarlo. Otra posible etimología de “encordar” sería “atarse con cuerdas”,
“unirse”, para así seguir mejor “la travesía”, como se hace en la montaña
cuando hay un paso peligroso. Tampoco estaría mal este significado de “sentirse
unidos todos ante el dolor de la pérdida de un ser querido”. Sea una u otra,
creo que es una palabra sugerente y con este toque las campanas nos invitan a
acompañar desde el corazón a la familia afectada y a unirnos en su dolor.
Estos
son algunos de los recuerdos y sensaciones que me vienen a la mente al
rememorar episodios y anécdotas asociados al sonido de las campanas y que,
inevitablemente, me llenan de una suave melancolía.
Jacinto
Escudero Vidal
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