viernes, 20 de octubre de 2017

DE CAMPANAS Y OTROS RELATOS 02

RECUERDOS

“Campanas de Bastabales:
cando vos oyo tocar,
mórrome de soidades”
Dice la gran poeta Rosalía de Castro.


Ciertamente, yo no me muero de soledades pero sí me traen recuerdos de niño y nostalgias de los distintos momentos y sonidos que perviven en mi memoria.
Recuerdos del toque del ángelus cuando a las doce de la mañana nos pillaba en el campo y nos parábamos para rezarlo, un pequeño respiro en el trabajo que de alguna manera nos unía con todas las demás personas que también hacían lo mismo. Y del toque de vísperas al atardecer que nos recordaba que ya iba siendo hora de dejar de trabajar y volver a casa.
Cuando las campanas tocaban a rebato, un escalofrío nos corría por el cuerpo poniéndonos la carne de gallina porque era el anuncio de una desgracia que estaba sucediendo en el pueblo. Normalmente era fuego en algún terreno o casa y hacía que todo el mundo saliera a la calle a preguntar para averiguar qué había que coger para solucionar el problema: azadas y rastros si se trataba del campo, o herradas de agua para apagar el incendio en alguna casa.
Nunca olvidaré un día de invierno con una niebla espesa que no dejaba ver nada, típica de las tierras pantanosas, en este caso de las salinas, cuando a las dos o las tres de la mañana oímos las campanas sobresaltados, y nuestros padres y personas mayores salieron rápidamente a ver de qué se trataba. E inmediatamente, provistos de linternas, que servían de muy poco, se organizaron en la plaza por grupos. Se trataba de buscar a una señora que había ido al gallinero, situado a las afueras del pueblo, y que aún no había regresado a casa. Fueron todos a buscarla y, después de un largo rato, consiguieron dar con ella en las orillas del cauce. Se encontraba totalmente desorientada y muerta de frío, cerca de la carretera de Castronuevo. La abrigaron con unas mantas y la llevaron a casa. Cuando regresaron nuestros padres, pudimos volver a dormir tranquilos. Ese día aprendimos que la niebla era muy peligrosa y que había que extremar los cuidados para no salir del pueblo a jugar en días así.
Lo que más nos gustaba era escuchar el repique de campanas porque nos indicaba, y aún sigue indicando, que era una Fiesta Grande y ese día era muy especial y había que celebrarlo. Solíamos distinguir quién tocaba por la forma de hacerlo y la duración del repique, y según quién fuera, atendíamos mejor o peor. Así, podían estar entre varios mozos tocando más de una hora, antes de la misa solemne, ya que lo principal del día de Fiesta, aparte de ponerse la ropa “de los domingos”, era acudir a la Iglesia tranquilamente, pues no se trabajaba en nada, y se cantaba la misa solemne mozárabe del pueblo del S.X (hoy tristemente en el recuerdo). A la salida, antes de ir a tomar el vermut, los mayores eran los que comentaban si el sermón había estado mejor o peor. Los mozos ya se sabía que salían al portal a charlar o fumar hasta que acabase, algo que formaba parte también de la tradición.
La escuela de campaneros ejercía su actividad siempre entre los monaguillos: los mayores enseñaban a los más pequeños y después se iba escalando mérito a medida que se iba perfeccionando el toque. Los días de diario y fiestas menores tocaban los monaguillos. Y en las grandes fiestas, los mejores de entre los veteranos. Todo un arte que es una pena que se haya ido perdiendo.
Nosotros tuvimos la desgracia de que, por razones que no vienen al caso, se nos prohibió subir a la torre a practicar, por lo que a partir de esa fecha, (1960 más o menos), ya no pudimos seguir la tradición. Me alegro de que actualmente se esté retomando este arte y se promueva el aprendizaje del toque de campanas, y se den a conocer los distintos toques. Es bueno que esta cultura permanezca y se reconozca como un lenguaje tradicional, de cuando no existían altavoces, ni teléfonos, y que permitía que todos los habitantes del pueblo estuvieran informados de todo aquello que rompía la monotonía o la rutina del quehacer diario.
Existían otros toques que se utilizaban de forma particular como para espantar las tormentas, para informar de que una persona había fallecido, diferentes para hombre o mujer...
Sí quisiera analizar un poco el toque de anuncio de que una persona se ha muerto. Se llama “encordar”, y aunque no he encontrado ninguna explicación relativa a ello y no figura en el Diccionario de la Real Academia la etimología de esta acepción, muy bien podría venir del latín “in cordis “, (de cor, cordis: corazón). Es un toque que te llega a lo más adentro del corazón, pues este toque, cuando suena, te provoca un sentimiento de profunda tristeza y de dolor por su grave sonido y solemne cadencia a la hora de tocarlo. Otra posible etimología de “encordar” sería “atarse con cuerdas”, “unirse”, para así seguir mejor “la travesía”, como se hace en la montaña cuando hay un paso peligroso. Tampoco estaría mal este significado de “sentirse unidos todos ante el dolor de la pérdida de un ser querido”. Sea una u otra, creo que es una palabra sugerente y con este toque las campanas nos invitan a acompañar desde el corazón a la familia afectada y a unirnos en su dolor.
Estos son algunos de los recuerdos y sensaciones que me vienen a la mente al rememorar episodios y anécdotas asociados al sonido de las campanas y que, inevitablemente, me llenan de una suave melancolía.


Jacinto Escudero Vidal

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