Francisco Trancón Pérez
(Publicado en La Opinión-El Correo de Zamora, el 04/06/2017)
Me acerco a Villalobos pueblo próximo a San Esteban del Molar. Una placa en el
exterior del ayuntamiento nos recuerda que en esta villa nació Pedro de
Villalobos que participó “en la conquista y poblamiento de Nueva España en
1519-1522”.
Ignorando las dudas sobre si fue
la ciudad natal de Francisco López de Villalobos (1473-1549),
personaje ilustre del renacimiento español, judío converso, que a su apretado
currículo de escritor, humanista, se le une el
haber sido nombrado médico de cámara de
Carlos I y de la casa ducal
de Alba, le adscribo también a la
nómina de personajes ilustres de este municipio.
Sin embargo, mi curiosidad se centra en el monasterio de las monjas
clarisas de clausura de este pueblo. En su interior y ayudado por la amabilidad
de la madre abadesa y hermanas de la comunidad, he ido contemplando la arquitectura de sus edificios, el interior,
admirando la biografía de un convento,
compañero fraterno de una numerosa
familia de siete miembros instalados en
Benavente, Villalpando, Zamora y Villalobos.
La creación del monasterio tiene
su origen en 1324. Según Ángel Vaca (1991, Sánchez y otros (1996), Clemente VI concede
dispensa para contraer matrimonio a D. Fernando de Osorio con doña Inés de la
Cerda, señora de Bembibre y biznieta de Alfonso X el Sabio, ya que eran primos
en cuarto lugar. Les impone la condición de fundar un monasterio de monjas de
clausura en Villalobos. La escritura de
fundación está fechada el 20-09-1348
Inicialmente se iba a edificar un
monasterio nuevo en las afueras de pueblo, pero la peste negra de ese mismo año
causó estragos en la población y provocó la muerte del marqués. Por tal motivo,
al haber escasez de mano de obra se acondicionaron los palacios que el
matrimonio tenía en Villalobos, dotando al edificio de iglesia, refectorio,
dormitorios, enfermería, claustro, etc., debiendo albergar a trece monjas. No
registrándose ningún incidente hasta principios del siglo XIX.
La invasión francesa no afectó
seriamente a monasterio; sin embargo, sí sufrió un revés importante en 1868, a
causa de la desamortización, obligando a abandonar las monjas el convento, que
recuperarían diez años después gracias a la decidida intervención del pueblo de
Villalobos.
La amenaza de desaparición de la
vida monástica de esta comunidad religiosa se observa en 1932, debido al deterioro de los edificios, consiguiendo
salvarse gracias a la decisión de las monjas que consiguieron mediante limosnas conseguidas de los fieles, reparar los daños.
Sin embargo, en 1942 se repite el
mismo episodio de desahucio del convento debido a los daños estructurales de
sus dependencias. El obispo piensa ubicar a las monjas en otros conventos, pero
en esta ocasión sus hermanas las clarisas de Astorga, mediante su ayuda
fraterna, consiguieron salvar la situación.
Actualmente gracias a la intervención de la Junta de
Castilla y León y otros organismos, han conseguido rehabilitar completamente el
complejo conventual.
La comunidad la componen 10
monjas, casi todas ellas jubiladas de su quehacer laboral dedicado a los trabajos de confección textil
Aspectos generales del monasterio
La iglesia
Me centraré en la planta baja en
la que está instalada la iglesia y otras dependencias. La planta superior está
dedicada a alojamiento de las hermanas.
La iglesia es muy luminosa debido
a amplias ventanales con vidrieras, a la elegancia de los arcos torales pintados
con grecas de color dorado.
Los aditamentos estéticos son
muchos, casi todos de factura moderna. En el retablo, presidido por la
Inmaculada, junto al altar mayor destaca –aparte de la virgen, San José y el
Niño, Cristo crucificado y otras
imágenes- la custodia y un cuadro reproduciendo una procesión de cuatro monjas
portando una luz.
De las paredes laterales,
profusamente embellecidas con numerosos adornos de motivos religiosos, destaco
por su importancia la escultura de una imagen de la virgen María que asienta
sus pies en un dragón, diseñado
siguiendo los patrones de formas barrocas, de complicada estructura y original
creación.
Los sepulcros de los fundadores
Doña Inés y Don Fernando constituyen uno de los motivos más representativos de
la iglesia. Se encuentran asentados cerca de ambas paredes laterales, aunque
originariamente, estiman que estuvieran ubicados en el centro de la nave,
enfrente del altar mayor. Se desconoce el autor de esta obra, aunque su estilo indica que puede ser de finales del
siglo XVI.
En el sepulcro de doña Inés, está
situado paralelamente al de su esposo. Las paredes contienen adornos con temas
de la Anunciación, Visitación, Nacimiento, Reyes Magos, Sagrada Familia,
Entrada en Jerusalén y Coronación de la Virgen.
En el sepulcro de D. Fernando, hay
unas tallas incrustadas en el lateral, dividida en seis escenas, sólo
reconocibles tres: Resurrección, El árbol y Entierro de Cristo. Las esculturas
están encuadradas en arcos apuntados apoyados en columnas.
Debido a la composición de piedra caliza arenosa, de fácil absorción por
la humedad, se deterioran con frecuencia lo que ha implicado y supone
actualmente una labor de conservación. En los sepulcros se encuentran restos
difusos de una policromía ya desaparecida.
Contigua a la iglesia y separada
por una puerta de hierro, hacia el interior se encuentra una capilla menor y el
coro de estilo clásico con bancos abatibles en madera de nogal, distribuidos
frontal y lateralmente, sin adornos.
Otras estancias
El patio interior tiene figuras alegóricas al agua, de factura moderna
como la imagen del Sagrado Corazón, que preside una pieza rectangular de
jardines distribuidos en parcelas con flores de temporada. Desde este claustro se observa la espléndida
arquitectura del campanario. La aguja de la torre está adornada con cuatro
capitales laterales y uno superior, alojando dos campanas pequeñas y otra más
grande. La construcción es en piedra alternando con ladrillo rojo.
En el recibidor se puede admirar
un mosaico de Santa Clara (1193-1253), donado por la familia Casalta Comas el
11-8-2003, siendo una representación del original de Tiberio de Asís y un
cuadro de la Virgen del Camino, que ha sido expuesto en Zamora.
Completan el recinto una
espléndida huerta, cementerio, jardines, etc. El convento cuenta con tres
pozos, uno de ellos, el de Santa Clara muy bien conservado.
En el catálogo de los elementos descritos
anteriormente incluyo las reliquias de
San Clemente, llamadas así porque fue una donación del papa Clemente X al
marqués de Astorga, D. Pedro Álvarez Osorio, entonces embajador en Roma y virrey
en Nápoles. Los restos corresponden al cuerpo de un mártir extraído del
cementerio de Santa Prisicila.
Tal vez olvidada, pero no menos
importante para mí es el taller de trabajo de confección de las hermanas. Una
habitación amplia con ventanales abiertos al jardín. Permanecen aún algunos útiles
de trabajo, reposando después de las jornadas laborales que realizaban. En este
recinto dedicado a actividades de confección, también se convertía en una sala hecha de ilusiones, de alegrías, de
satisfacción por las delicadas obras creadas por las hermanas. Las máquinas,
las lanzaderas, los bastidores, han apagado su voz, esperando, como nos
recuerda Bécquer en una de sus estrofas,
una voz amiga, que les diga como a Lázaro “levántate y anda”.
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